Al paso del cielo
Miles de devotos salieron a la calle para participar en las procesiones castizas
Cuenta la leyenda que a Nuestro Padre Jesús Nazareno, el que habita la iglesia de San Pedro el Viejo, sólo le adoraba hace dos siglos una mujer que desconsolada decía: "Pobre Jesús, pobre". Y de ahí su nombre. Pero ayer, Jesús el Pobre no estuvo solo. Miles de personas, con recogimiento y verdadera devoción, custodiaron su paso, el de Jesús del Gran Poder y el de la Virgen de la Macarena por las calles del centro dé Madrid.El primero en dar el pistoletazo de salida a las procesiones más castizas fue Jesús el Pobre. Pasadas las siete de la tarde, portado en andas con 42 cofrades, seguido de 250 penitentes y en medio de una gran ovación asomó el Cristo de la melena larga por la calle del Nuncio. "¡Pero qué bonito eres!", le gritó con entrega una señora apostada tras una barrera de seguridad.
A las ocho de la noche, de la iglesia de San Isidro salió el otro Cristo, el del Gran Poder, acompañado de la "guapa" Virgen de la Macarena. Primero salió él, con sus 1.300 kilos de peso sobre las espaldas de 35 costaleros cubiertos de riguroso negro. A ella con su palio de plata de 1.500 kilos la alzaron 42 fornidos devotos. Nada más verla, un ama de casa, Mercedes Sala, no lo pudo remediar y le dedicó en el silencio más absoluto la saeta Todas las madres casan penas. "Llevo cantándole 30 años a ella y a Cristo el Pobre".
Morados de pasión
Mercedes Sala hizo lo que miles de devotos, saltar de una procesión a otra. Primero, la del Pobre; luego, la del Poder. Eran las 19.15 cuando los penitentes y cofrades de Jesús el Pobre, muchos con los pies descalzos y atados con cadena y candado, alcanzaron la calle del Nuncio. Ocultos bajo un capirote de color morado se escondían amas de casa, niños, enfermeros, administrativos, agentes de seguros, parados o jubilados. "Ante la fe todos somos iguales", comentó Luis Miguel Llorente, auxiliar administrativo de 30 años y uno de los organizadores que escoltó descalzo toda la procesión. "Voy así por una promesa que no se puede decir".Bajo el atuendo, además de fe, este hombre guardaba un signo de la modernidad terrenal: un walkie- talkie por el que recibía y daba órdenes. "Sí, Manolo, estamos en la calle Mayor completamente parados. No hay problemas. Todo está despejado".
Era una verdad a medias. La calle y los aledaños estaban a rebosar de gente. Una mujer aguardó durante horas, llorando, de rodillas y con los brazos en cruz la llegada del Cristo a la plaza de la Villa. Mientras, los cofrades seguían tirando, ya empapados en sudor, de los 1.100 kilos del Cristo. El capataz los animaba: "Venga valientes, que ya queda poco".
Ya estaban en la plaza del Ayuntamiento. Los fieles con la mirada húmeda recibieron a Jesús con un aplauso. Una niña, Koro Medrano, de 12 años, aguantó tras el capirote con mucha paciencia y pasito a pasito los cerca de cinco kilómetros del recorrido, que duró más de tres horas. "Participo todos los años desde que era muy pequeñita. Siempre me traen mis primos y mi tío, que como es más fuerte tira del Cristo aseguró la pequeña, quien de forma muy tajante pero también muy inocente justificó su devoción: "Es que es el Jesús más bonito que hay. Y te concede todo lo que pides, siempre que lo guardes en secreto".
En un descanso frente a la casa del consistorio, los anderos repusieron fuerzas. Un trago de agua y otra vez arrimar el hombro. "Es duro, pero se hace con tanto cariño y tanta fe que no importa. Es el Cristo más milagroso que hay", dijo sin pensarlo dos veces Miguel González, de 28 años y cofrade de la primitiva e ilustre Hermandad de Jesús Nazareno el Pobre.
Alrededor de la imagen iban las manolas, unas cincuenta mujeres con mantilla de blonda y traje negro. Otras se cubrían el rostro. "Al hacer penitencia hay que hacerlo en el anonimato, si no perdería la gracia", comentaron.
Casi a la misma hora y prácticamente por las mismas calles empedradas del Madrid de los Austrias, pero sin llegar a juntarse, se balancearon también el Jesús del Gran Poder y la Virgen de la Macarena. Al Cristo se le recibió en la calle con un respetuoso silencio. A ella, en cambio, la jalearon con los piropos y las saetas más espontáneas de la noche. "¡Guapa, guapa y guapa!", le repitieron sin cesar a su paso por las estrechas callejuelas.
"¡Pero qué preciosa es la Virgen de los andaluces!", le dedicó un sevillano, un tanto quejoso por no poder estar en su tierra. "No se le puede comparar. En Andalucía los ayuntamientos se gastan el dinero en estas cosas porque saben que a la gente le gusta y que hay fe. Pero aquí en Madrid es distinto", aseguró el hombre nada más perder de vista a la Virgen. Evidentemente aquello no era Sevilla, pero se le parecía.
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