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Tribuna
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La espalda

Aun no siendo doctores en ciencia política, varias cosas nos dicen que el sistema no funciona del todo bien y que los controles disponibles están lejos de corresponderse con las necesidades de una democracia actual. El Gobierno ha cumplido un ano y lo ha celebrado como un triunfo redondo. Cualquiera sabe que no lo es. Ellos mismos, por toscos que parezcan, están apercibidos de sus res balones ridículos, de su falta de pro yecto más allá de la obediencia a Maastricht, de sus obcecaciones partidistas o de su incompetencia para generar ilusión. De tener en cuenta los juicios de los ciudadanos en los sondeos -lo que debería constituir, a estas alturas, algo más que una información virtual-, va rios titulares de gabinete deberían ser relevados y, el mismo presiden te, al contrario de su pasmoso en greimiento, debería traslucir, por obligado servicio al electorado, signos de autocrítica y reflexión. Pero quizá esto último sea solicitar mucho a quien no da señal de seguridad ni de imaginación. Más aún, imagina que es pretensión humilde permanecer sólo ocho años en el poder. ¡Ocho años! Mientras el mundo gana en velocidad y cambios, las elecciones reales todavía se miden por cuatrienios, y Aznar, un modelo de piñón fijo, proyecta pedalear una eternidad. No es extraño que la política despierte escaso interés. Mientras el Gobierno se abroquela en sus criterios, los ciudadanos ven cómo lo que votaron con sus manos se les escapa pronto de las mismas. Ni si quiera se les autoriza, como sería de razón y ante las manifiestas torpe zas de algunos ministros, hacerlos remplazar. Los ministros, tal como expresa Aznar, son suyos, la voluntad de removerlos es patrimonio exclusivo, y su poder, completo. La Constitución le respalda. Pero, ¿quién podrá objetar que a esta de mocracia caduca se le deja espalda cada vez más?

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