Los disgustos de Isabel
Dos horas y media tardó Isabel Gemio en desprenderse de, un collar de bisutería que golpeaba su micrófono. Pajares, el técnico de sonido, se lo agradeció en directo. Ya estaba bien. Mientras tanto, Isabel se quejó de sus subidas y bajadas por las escaleras, forzó a la duquesa de York para que se marcara un bailecito, le quitó la palabra a una sensible argentina de origen judío, le robó parte de su sueño a un adolescente empeñado en ser presentador de televisión, confesó sin pudor que se prepara a fondo las entrevistas, río con la risa de la falsa moneda cuando Rody Aragón bromeó con sus vacaciones cubanas y estrenó look para el primer Sorpresa sorpresa (Antena 3, miércoles a las 21.30) de la tercera temporada.El espacio es un claro exponente de formato de éxito, una fórmula eficaz que funciona más allá de la labor y presencia de su conductora. A pesar de ello, toda la espectacularidad y, sobre todo, todas las emociones parecen supeditadas a la figura de Isabel Gemio. Si los verdaderos protagonistas de las sorpresas son el público anónimo invitado al plató, ¿por qué es la presentadora quien eclipsa todas y cada una de las apariciones?
Presentar un programa de estas características debe ser un acto de generosidad, nunca de soberbia. Nadie le niega a la Gemio el valor de horas en directo, pero no es la audiencia quien debe pagar los cambios de humor de una profesional que, mal que le pese, está en función del programa, nunca al revés. Los conflictos internos que se mascaban no tenían que repercutir ni en el tono ni en el ritmo del programa. Sería de agradecer que Gemio continuara con las sorpresas, pero no con los disgustos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.