Árbitros
En plena Liga de las superestrellas hemos regresado a los subterráneos del fútbol. Ahora, igual que cuando todos los equipos eran de Tercera División, los partidos acaban con una lluvia de piedras y botellas sobre la cabeza del árbitro. Frente a la fina tecnología de los jugadores, las altas ingenierías financieras de los fichajes, las microfibras de las camisetas, la complejidad de los sistemas tácticos o la biotecnología de los plantadores de césped vuelve la ideología de los campos patateros y las batallas a estacazos.A lo que se ve, en el fútbol yace una materia bruta que decide su tendencia al tremendismo y la ofuscación. ¿Por qué no se emplean de una vez los vídeos para dirimir las jugadas dudosas? ¿Por qué no se telecomunican los árbitros para ajustar su juicio a lo real? ¿Por qué no termina este desatino? Un personaje alto y neanderthal, eviterno mandatario de la FIFA, nunca ha querido desprender al. fútbol de su identidad oscurantista, nadie le ha arrebatado el poder. En estos momentos, voces energúmenas de Gaspart contra Lorenzo Sanz o de. Jesús Gil contra Mijatovic, con sus hordas a la espalda, se alimentan de los errores que la rudimentaria herramienta de un silbato produce fatalmente una y otra vez.
¿Por qué no acabar con el problema? ¿Porqué no usar a imagen televisada, aumentar el número de jueces, concluir esta sinrazón? No hay respuesta razonable. El fútbol se complace con ser macho y sordo, voluntariamente bandolero y ancestral. No es extraño que, por años, siga arruinando los salarios de los empleados del espectáculo, de la hostelería o de otros ocios en sábado, ni que haya despreciado su tabarra familiar. No es extraño, en fin, que su actual irracionalidad haya interesado con tanto encono a los obcecados, machos que arbitran en el Partido Popular.
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