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Los socialistas franceses se deciden a reclamar cambios en la ley para controlar la inmigración

Enric González

La revuelta de los artistas contra el proyecto de ley sobre inmigración ilegal ha tocado un nervio sensible de la sociedad francesa y ha abierto una enorme polémica. El primer ministro, Alain Juppé, calificó ayer de "acto grave" el llamamiento a desobedecer la ley efectuado por los cineastas, pero abrió la puerta a una posible suavización de Ios artículos más brutales: "Si el Parlamento considera que hay modificaciones a hacer, tiene todo el poder para ello", dijo. Los socialistas terciaron al fin en el debate y exigieron cambios en el texto. Mientras, se ha lanzado una campaña para lograr el millón de firmas.

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En realidad, todo es cuestión de un detalle. La mayoría de los países europeos, Francia incluida, obligan a sus residentes a hacerse responsables de los extranjeros que acogen en casa. La novedad del actual proyecto francés radica en la obligatoriedad de dar aviso a las autoridades tras la partida del extranjero en cuestión. ¿Es eso tan grave? Posiblemente lo es, pero por razones más psicológicas que legales. Los "avisos de partida" (que algunos califican de "delaciones") serán archivados y formarán un "fichero de extranjeros", algo demasiado parecido al "fichero de judíos" del Gobierno filonazi de Vichy (1940-1944). Existe, además, una gran similitud entre el primer artículo del proyecto y la ordenanza de 1941 que precedió a la persecución y exterminio de los judíos. El proyecto de ley sobre la inmigración retrotrae a los franceses a un pasado siniestro.Otro elemento, lo que Alain Juppé califica de "lamentable amalgama", contribuye igualmente al malestar. Se trata de la coincidencia en el tiempo de la tramitación de la ley con la victoria del Frente Nacional en Vitrolles y, en general, con el auge de las ideas ultraderechistas, que ya un 47% consideran "normales", según un sondeo.

La discusión y las acusaciones entre los políticos se refieren igualmente a la época francesa en que ley y libertad estaban en bandos opuestos. Juppé y el padre de la ley, el ministro del Interior, Jean-Louis Debré, consideran "irresponsables" a quienes llaman a desobedecer la ley. Desde enfrente se les responde que Maurice Papon, ex funcionario de Vichy, será juzgado en noviembre por crímenes contra la humanidad, precisamente porque cumplió las leyes antijudías de la época, y que si el general Charles de Gaulle hubiera respetado la ley en lugar de sublevarse contra el Gobierno colaboracionista, ni Juppé ni Debré serían hoy gaullistas. La mayoría de Gobierno saca entonces la artillería pesada: "¿Y si, mañana, es Jean Marie Le Pen [el líder de la ultraderechal quien llama a sus. partidarios a desobedecer la ley?", preguntó ayer René Monory, presidente del Senado.

El debate está sacando a la luz una xenofobia muy extendida, incluso en el consejo de ministros. Eric Raoult, el ministro de Ciudades e Integración, no ha tenido empacho en relacionar directamente inmigración y delincuencia. El Gobierno tampoco se priva de descalificar a los firmantes de manifiestos, llamándoles "izquierda de caviar" y "revolucionarios de salón, ajenos a los sentimientos populares". Sin embargo, los manifiestos han desbordado ya el ámbito cultural. Médicos, arquitectos, estudiantes, por todas partes florecen los textos.

Mecanismo de integración

En Francia, país de inmigrantes por excelencia, la tasa de inmigración, legal e ilegal, se mantiene más o menos constante desde hace, 20 años. Es el mecanismo de integración el que falla. El desastre económico (desempleo, desigualdad en el reparto de la renta, inmovilismo, temor al futuro, lo que se conoce ya como el mal francés) ha incitado a la búsqueda de culpables, y esos chivos expiatorios han sido los inmigrantes.Le Pen ha sido habilísimo al azuzar los sentimientos xenófobos de un país en el que los despidos masivos son cosa de cada día y en el que el término mundialización tiene connotaciones catastróficas, pero tanto los conservadores (que en lo tocante a xenofobia se acercan al FN para recuperar los votos que sé le escapan hacia la ultraderecha), como los socialistas (autores de las primeras leyes y declaraciones tremendistas sobre la inmigración), cargan con parte de la responsabilidad. La posición insegura de los socialistas quedó reflejada en el hecho de que su líder, Lionel Jospin, esperara hasta ayer, cuando el debate estaba ya en ebullición, para expresar su rechazo a la ley Debré y recomendar a Juppé que la modificara.

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