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Por los pelos

Da la impresión de que los peluqueros mandan en las cabezas de Madrid. Quien organiza los pelos controla también, acaso sin pretenderlo, la mente y el espíritu, es decir, las zonas más nobles de la persona. Los peluqueros han sido siempre fundamentales en la vida del pueblo soberano. Porque el fígaro es el espía perfecto.Ahora, el director general de Policía, Juan Cotino, ha llamado al orden a, sus subalternos en lo referente a cabello, barbas, collares, pendientes, pulseras y cualquier otro aditamento ornamental de los agentes. Sin embargo, tamañas órdenes son bastante sinuosas. Cualquier ciudadano observador puede comprobar cada día cómo mozos y mozas de apariencia moderna son, en realidad, infiltrados de la autoridad en la vida privada de los contribuyentes. La poli controla el pelo de la gente; pero la poli, para infiltrarse por doquier, se atusa el cabello domo Dios le da a entender. Hasta tal punto que, cuando usted detecte a individuos jóvenes con pinta progre, pendiente, zamarra, pantalones a cuadros, visera y olor a marihuana, usted tiene la obligación de sospechar que se halla en presencia de un madero.

Por mucho que decrete el director de la Policía sobre el aspecto físico de sus subordinados, quienes mejor y más discretamente trincan a delincuentes son comisarios disfrazados de gente normal. Es un espectáculo de cine comprobar in situ cómo son cacheados en pleno centro gentes que pasan por allí, ajenas al acoso indiscriminado a viandantes para cumplir el expediente.

En la vía pública, los candidatos al cacheo suelen ser personas que no llevan el pelo cortado de forma políticamente correcta. ¿Qué es lo correcto en los pelos? No es fácil dictaminar porque impera el barroquismo capilar.

En todo caso, los peluqueros mandan demasiado en Madrid. Si usted es famoso, puede hacer con los pelos lo que le venga en gana. Pero si pertenece a la masa, usted debe cuidarse a ciertas horas de la policía. Si al agente de turno le cae mal su aspecto, lo lleva crudo. Una solución: ponerse el sombrero y poner cara de gilipollas.

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