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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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La tentación sensacionalista

Entre las cartas que llegan al departamento del Defensor del Lector no faltan las que ponen en guardia a los periodistas de -EL PAÍS frente al riesgo de caer en el sensacionalismo que sus firmantes creen percibir en otros medios informativos. Siempre que advierten o creen advertir cualquier deslizamiento en esa línea -una información o un título que no se aviene, a su entender, con los criterios de rigor que juzgan consustanciales con EL PAÍS-los lectores dan la señal de alarma y señalan que no es ése el estilo del que consideran su periódico. "No estamos interesados en este tipo de periodismo; si así fuera, leeríamos otros periódicos", advierte Carmen García Fernández, de Gijón.Alfonso Martínez, de Málaga, es uno de los lectores que en estos días han reconocido al Defensor del Lector la dificultad de mantener el indispensable distanciamiento ante la noticia en medio de batallas digitales a cara de perro y en las que la tergiversación -sensacionalismo informativo, en suma- y el ventajismo político -el recurso al decreto-ley y al Boletín 0ficial del Estado- son las armas al uso de algunos de los contendientes. "Pero en momentos así es cuando se ponen a prueba el temple y el equilibrio informativos de periódicos de referencia como EL PAÍS; los que no lo son, ya demuestran todos los días por qué", señala.

Algunos lectores plantean casos concretos en los que han creído observar algún trazo sensacionalista en el tratamiento de la noticia. Arno Zindel, de Madrid, dice haberlos percibido en la información sobre la nube tóxica que se extendió sobre un barrio del norte de Madrid a mediados del mes de enero. "En el titular de primera página del 14 de enero se habla de 'un escape de cloro' cuando antes de medianoche ya se conocía que se trataba de ácido clorhídrico y trimetilamina... Dentro de la gravedad de lo ocurrido, de haber sido gas cloro las consecuencias habrían sido desastrosas", observa el lector, el cual añade que- "si bien el incidente era preocupante, en el artículo no se desprecia oportunidad para aumentar la espectacularidad y el sensacionalismo; la utilización, bien visible, de palabras como 'pánico', 'ejército de bomberos', 'y empezó el caos', 'fin del mundo', 'es peligroso estar aquí...', está al menos en sospecha de ser tendenciosa".

Vicente Jiménez, redactor jefe de la sección de Madrid, reconoce que este lector tiene razón en la designación errónea de la nube como un "escape de cloro". "Efectivamente", señala Jiménez, "es falso que la nube que obligó a desalojar la colonia madrileña de Valdebebas el lunes 13 de enero fuese de cloro. Este error sin paliativos surgió de unas declaraciones efectuadas a la agencia de noticias Efe por el jefe de información del Servicio Nacional de Toxicología, José Cabrera, en las que, tal y como se recogió en la información, afirmaba que el ácido clorhídrico (cloro e hidrógeno) se descompone en contacto con el aire y el agua y forma cloro, un elemento 'muy tóxico e irritante para los pulmones...'. Con todo, al día siguiente, y ya con todos los datos en la mano, se enmendó la equivocación y se publicó la composición exacta de la nube química: clorhidrato de trimetilamina. En esta información, además, se especificaba claramente que no se había tratado de cloro".

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Jiménez niega, en cambio, el cariz sensacionalista que el lector observa en la información. "Sostiene el lector que la transcripción de las declaraciones de los vecinos afectados fueron empleadas para tal fin. Falso. Simplemente, nos limitamos a recoger sus impresiones, que indudablemente eran de pánico... Los vecinos de Valdebebas, al igual que cientos de miles de madrileños que seguían el suceso por televisión y radio, carecían de información sobre. la composición exacta del escape químico que había producido la nube. Eso fue, en resumidas cuentas, lo que se publicó. En ningún momento se buscó aumentar la espectacularidad y el sensacionalismo, tal y como afirma el lector".Carmen García Fernández, la lectora de Gijón citada más arriba, ha creído percibir cierto tinte sensacionalista en el titular de primera página del 11 de enero: El Supremo cita a los 25 jefes de HB. Para esta lectora, el término jefes está cargado de connotaciones autoritarias, militares e incluso delictivas, y denominar así a la plana mayor o a la Mesa Nacional de Herri Batasuna -citados, en cambio, de esta forma en la entradilla del artículo- "me parece propio de un periódico que practique lo que ustedes mismos llamaron, no hace mucho tiempo, periodismo de queroseno". "Por este camino, cualquier día sustituirán la palabra jefes por cabecillas, y ya dará lo mismo leer EL PAÍS que algún otro periódico", concluye. No considera, sin embargo, el Defensor del Lector que llamar jefes a los dirigentes de HB constituya una distorsión informativa que caiga en el sensacionalismo. Y ello al margen de que ni esta lectora ni ningún periodista pueden desconocer que HB tiene un lado emergente, que es legal, y otro oculto, que quizá no lo sea y que puede estar sometido a pautas autoritarias, militares e incluso delictivas.

En todo caso, hacen bien estos lectores en alertar a los periodistas de EL PAÍS frente a la tentación del sensacionalismo. Desde que a finales del siglo pasado la cadena de periódicos de Hearst arrastrara al Gobierno de EE UU a una intervención en la guerra de Cuba contra España mediante la previa manipulación de la opinión pública, el sensacionalismo informativo, o lo que se conoce desde entonces como periodismo amarillo -distorsionar la noticia con fines distintos a los de informar-, se ha convertido en una tentación permanente en la que han caído no pocos medios y periodistas. En el periodismo español de nuestros días el sensacionalismo es para algunos algo más que una tentación. Constituye su práctica cotidiana y el caldo del cultivo en que se mueven, aunque la ausencia en España, a diferencia de países como el Reino Unido y Alemania, de una clara delimitación entre prensa sensacionalista y la que no lo es haga difícil a veces distinguir los diferentes códigos de conducta por los que se rigen una y otra. Como afirma Juan Luis Cebrián en sus recién publicadas Cartas a un joven periodista (editorial Planeta, 1997), "al amparo de las grandes declaraciones sobre la libertad de expresión o acerca del derecho a informar, no son pocas las prácticas de periodismo sensacionalista, mendaz e injurioso que se emplean con el único objetivo de vender más, ganar más audiencia y, en definitiva, triunfar a costa de la desgracia ajena".Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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