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¿Hay alguien ahí?

Entre el torbellino de sucesos que se producen cada día en esta ciudad nuestra, quedan ensombrecidos algunos, los que conocimos por causas personales o por chiripa, cuya reseña buscamos, infructuosamente, en los noticiarios de fechas posteriores: la conferencia, exposición plástica, coloquio científico, estreno de novel, presentación de una novela, lectura poética o recital de arpa. Si no se está en la nómina, cerrada y blindada, pasan inadvertidos y convocan a un grupito de familiares, amigos y algún partidario de la croqueta, si es caso.Por carambola de ociosa explicación, asistí el otro día al bautizo de una interesante actividad, de ardiente vigencia: la presentación del programa de un nuevo canal de televisión por satélite. He dicho bautismo, pues el nacimiento data de algo más de un año atrás y la gestación, en sus plazos decentes. Televisión digital por satélite, o sea, ese futuro en el que llevamos, sin apercibirse la mayoría, varias generaciones. Es un canal temático, dedicado a la medicina como asunto primordial, si no exclusivo; el milagro instantáneo de las comunicaciones, al servicio de la más noble coartada de la que puede vanagloriarse la humanidad: reducir el dolor, prevenir los males, desparramar la ciencia y las últimas averiguaciones entre los médicos. Por lo pronto, en España hay 150.000 que, a partir de ahora, sin aspavientos y si cuaja, disponen de conexión directa con las más remotas, reputadas e inaccesibles cátedras.

No es cosa de darle jabón a un puñado de doctores que juegan su capacidad, sabiduría y experiencia a esta carta. El objetivo se alcanzará cuando el sistema de permanente aprendizaje se haya instalado en las facultades y el recurso a la incalculable información esté definitivamente domesticado en los ordenadores. Lego en la materia, viví una jornada de apasionante estupefacción. Tal primer acto público de este año consistió en una mesa redonda, recitada en Madrid por un grupo de especialistas españoles de altísimo nivel, otra tanda de exposiciones, por parte de cinco investigadores norteamericanos, de la reputada Fundación Mayo (Rochester, Minnesota, Estados Unidos) -una de las instituciones más famosas, dedicadas a la cardiología- y un coloquio bidireccional entre ambas plataformas. El empaque, la claridad y la altura de conocimientos de los nuestros, no desmerecían, antes al contrario. Detrás de cada personaje están la cátedra, el hospital, el servicio, en la cabeza de los distritos científicos más importantes del país. Daba respaldo, aliento y prestigio, la Universidad de Oviedo, que pone su avanzada técnica audiovisual en apoyo de esta empresa.

En los salones del hotel madrileño, vecino al aeropuerto de Barajas, se puso la primera piedra el pasado 23 de enero, sin rataplanes, ni ecos posteriores, lo que no deja de ser una suerte de garantía en la calidad. Ante la asombrosa realidad que hace posibles las relaciones inminentes, instantáneas, cavilé sobre el prodigio abrumador en que vivimos y al que no se atribuye una ínfima parte de la atención, que merece. En los albores de la cultura, la fantasía mitológica se ocupaba en enviar lejos el pensamiento, ganar tiempo en distribuir los mensajes. Teseo, partió a la conquista del vellocino de oro con ánimo pesimista, arbolando velas negras su navío. El triunfo sería anunciado blanqueando el aparejo, aunque se le olvidó lo convenido y su padre, al avistar en lejanía el fúnebre perfil, entendió que fuera una derrota y se precipitó al mar que, tras la zambullida, recibió su nombre: Egeo. Uno de los primeros intentos de transmisión a distancia había fracasado. Luego vino lo del plusmarquista de maratón y las palomas mensajeras.

Siglos, milenios, toda la patética historia del mono desnudo avanzando, torpe y lentamente, movido por el más genuino instinto humano: el entendimiento con el prójimo. En uno de los discutibles bloques de piedra que amueblan la plaza de Colón, me atrae el comienzo de un relato, dictado hace 500 años: A la distancia de un grito... Hoy, con la demora de un parpadeo, la voz rebota en el satélite y es oída -¡oh, milagro!- por quien esté interesado en escucharla. Dentro de muy poco, ya mismo para muchos, habrá respuesta. Están ahí, junto al silencioso ordenador que gobierna la vida de todos. Confiemos en que sea para bien.

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