A quien todavía corresponda
Enfrente de mi casa se juega nocturnamente al póquer con una tenacidad difícil de encontrar en otros vicios. Hombres con cejas de una línea, mandíbula encajada y ojos de cristal llegan sobre la medianoche, apenas saludan cuando les abren la puerta tras un santo y seña, y sin más transición se sientan a una mesa solitaria en un salón vacío, sin cortinas, en el que los pasos tienen eco. No hay espectadores y nada les interrumpe. Toda la noche mascullan una y otra vez versos del mismo rap canalla: Paso, voy, full, color, pot..., y sobre las diez, las once, a veces las cuatro de la tarde salen con la corbata floja, la chaqueta al hombro, el mismo extravío en los ojos aunque hayan ganado. Y se dispersan.
Justo al lado, hacia el este, se encuentra una casa camuflada por árboles de hoja perenne de la que, también con insistencia, salen insólitos sonidos que van afilando los nervios. Después de grabarlos con discreción, expertos leales han terminado por averiguar que se trata de combinaciones en clave de instrumentos que antaño se utilizaron en lugares de subversión y pensamiento: clavicordios, oboes, flautas, monjes... ¡Monjes a estas alturas! (El atraso es sin duda una forma de subversión).
De lo mismo estamos hablando con la señora que reside enfrente de esa casa. De apariencia normal -esto es: bolsos de piel, tacones medios, trajes de chaqueta de ministra, revistas de chismorreo, visitas de sobrinos...- resulta que esta señora no sólo va a misa los sábados por la noche sino que los domingos, si hace bueno, sale con un caballete, una bata y una boina y se dedica a pintar en acuarelas los jardines de la zona. ¿Qué es lo que puede encontrar en jardines completamente anodinos pero tras los cuales viven algunos altos cargos?
Por ejemplo, el director de la Oficina de Garantías, de la Comunidad de Madrid. Un hombre encantador e irreprochable como aparece en la televisión -terno gris, corbata Serrano, Audi con teléfono, hijos hablando por la nariz, esposa con diadema sujetando mechas rubias-, pero que todas las mañanas, mientras suena una trompeta, ¡iza una bandera! La esposa y los hijos forman en el jardín, y él iza una bandera que alguien arría durante la noche. Una extraña bandera con signos geométricos, astrofísicos... yo diría que masónicos o como mínimo cabalísticos. Algo.
Al oeste de la casa-póquer vive un hombre extraño al que es muy fácil identificar: siempre va mirando al cielo. Sería sencillo detenerle porque aguarda a las grandes celebraciones futboleras para salir a la ciudad desprevenida. Justo cuando uno de nuestros equipos se dispone a dejar claras las cosas hasta la próxima rebelión en provincias, o cuando uno de nuestros tenistas requiere de todo nuestro ánimo para reivindicar nuestra furia, nuestro espíritu frente al norte, justo entonces se oye la chirriante puerta de su cancela y al poco pasa este hombre, pasitos cortos y mirada al cielo, dispuesto a sorprender a la ciudad desierta.
En el silencio que media entre gol y gol se pueden oír a veces los gritos de la pareja de enfrente de esa casa, inmune igualmente a las celebraciones patrias. "¡Ciervo!", grita ella, "¡hipopótama!", grita él; "¡acordeón!" ella, "¡solterona!", él, y así sucesivamente hasta que uno de los dos pega un portazo y sale a pasear al... ¿es eso un perro?.Y al lado de esa pareja, frente al casino, vive lo que creo es una persona, un enfermo que constantemente se asoma lujuriosamente a la esquina de las ventanas. ¿Qué espía? ¿A quién? Y sobre todo: ¿qué espero encontrar?
Todo lo cual hago saber a la autoridad, en la confianza de que lo será y no permitirá que voces tartamudas y cobardes impongan sus gemidos y resentimientos y consigan que se retire para siempre (ahora está en estudio) la circular llamando a la población a desenmascarar a los infiltrados y denunciar sus movimientos sospechosos. La prueba de que toda vigilancia es poca son esas mismas voces, en las que es fácil reconocer el traidor murmullo de la Quinta Columna de toda la vida. Siguen en todas partes. No aprendieron.
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