Sin dañar a nadie
Día 8 de enero de 1997. Vuelta a casa del primer día de clase, después de las vacaciones de Navidad. Línea 5 de Metro, trayecto desde Diego de León hasta Ciudad Lineal. ¿El motivo por el que escribo? Al entrar en el metro, lleno de gente cansada, me doy cuenta de que hay dos mendigos, sucios y dormidos. El sitio que hay a su lado está vacío hasta que llega una chica, se sienta a su lado y comienza a leer un periódico. El metro llega a la siguiente estación y la chica cambia de asiento para uno que hay enfrente, dejando el sitio nuevamente vacío. Ahora hay dos sitios libres y durante una parada nadie se atreve a sentarse al lado de los dos mendigos. Y aparece una señora con dos niños pequeños. Me fijo en la cara que pone la señora al ver a los dos chicos, mezcla de sorpresa, asco, miedo, consternación, resignación. Sienta a los dos niños en un solo sitio y los niños no paran de moverse, acercándose a los dos mendigos, con lo que su madre, buena mujer, no para de suplicarles que se queden quietos y que no se acerquen, a la vez que sigue con la misma cara de mártir, como si fuera ella quien en realidad sufre. Y llegamos a Pueblo Nuevo y los dos mendigos se bajan silenciosamente, sin tocar ni hacer daño a nadie, mientras la señora ha encontrado tres sitios para sentarse con sus hijos. Al fin, entra gente, ocupa los cuatro sitios vacíos, sin que haya rastro de antiguos ocupantes...Lo peor de todo, es que yo misma, que entré cansada de las clases, que vi un sugerente sitio vacío, sentí el mismo miedo estúpido y los mismos malditos prejuicios que sintieron las demás personas que había en el vagón. Yo, que me creo tan solidaria y tan altruista, no fui capaz de sentarme a su lado. Y nadie se puede llegar a imaginar lo que siento por lo que no hice.-
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