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Reportaje:

Motín en el banco

El gobernador del Crédit Foncier de France, retenido durante siete días por sus empleados

Enric González

Hasta ayer, cualquier cliente del Crédit Foncier de France (CFF, banco hipotecario de gestión pública) podía acercarse a la ventanilla de la institución y solicitar un préstamo en las condiciones más excepcionales. Excepcionales por el ambiente: sobre la ventanilla había un gran cartel con la frase "Juppé, asesino"; en el gran vestíbulo de estilo imperio se celebran asambleas casi permanentes y se entonaban cánticos revolucionarios; al fondo se amontonaban enseres domésticos y sacos de dormir, y en el primer piso permanecía secuestrado el gobernador del banco. Seis días de encierro secuestro, en un ambiente insólitamente festivo, concluidos ayer con la liberación del gobernador Jeróme Meysonnier y la aceptación, por parte de los trabajadores, de un mediador que revisará los planes guberamentales de liquidación del CFF."Me voy pitando a casa a cambiarme de ropa y vuelvo a tiempo para la asamblea", decía Annie Mailler, contable con ocho años de antigüedad en la casa. Mailler, madre de familia además de empleada bancaria, había aprovechado el turno de noche para adelantar trabajo en la confección del balance de 1996. "Es que no estamos en huelga, sino encerrados", explicaba. La contable quería acabar pronto el balance para demostrar, números en mano, que el CFF había obtenido un beneficio de 1.000 millones de francos (casi 25.000 millones e pesetas) el año pasado y ue, por tanto, la liquidación a injustificable.

Si hubiera podido hablar, que no podía, el gobernador Meysonnier habría recordado que las subvenciones públicas al CFF se elevaron a 1,7 millones de francos en 1996 y que, por tanto, el resultado de explotación, en realidad, era negativo en 700.000 francos. También habría recordado que en 1995 las pérdidas se elevaron a 11.000 millones, más de un cuarto de billón de pesetas. Meysormier estaba en ese momento en su despacho, y en el vestíbulo se solicitaba por megafonía que 10 voluntarios se ofrecieran para relevar la guardia. Cada vez que un empleado gritaba su nombre era alegremente vitoreado por sus camaradas de revuelta, todos perfectamente encorbatados. "El gobernador ha sido tratado con toda corrección. Vive en su despacho, vigilado permanentemente por al menos 10 de nosotros, pero se le permite ir al servicio y a comer a la cantina", explicaba muy seriamente Roger, de 51 años, más de dos décadas como ordenanza.

En una de las galerías que circundan el vestíbulo, un trabajador recién llegado de Toulouse ofrecía salchichón a unos cuantos camaradas. "Somos 3.300 en toda Francia y casi 2.000 aquí, en la sede central", decía Annie Mailler, que a todo esto aún no se había marchado a casa. Los empleados del CFF, una institución más que centenaria y protagonista del desarrollo urbanístico e inmobiliario francés durante el siglo XX, siempre tuvieron fama de ser una gran familia. El puesto de trabajo se heredaba de padres a hijos, y con él, las muchas prebendas: buenos sueldos, espléndidas condiciones sociales, préstamos casi regalados, etcétera.

Pero si los empleados fueron mimados, más lo fueron los directivos. Abundan las historias sobre las limusinas con chófer atribuidas a las esposas de los ejecutivos para que fueran de compras a las mejores tiendas y lo cargaran todo a la cuenta de la empresa. Los gobernadores más recientes, y sus tutores del Ministerio de Finanzas, tienen una indudable responsabilidad en la crisis del CFF. Mientras disfrutaban de un tren de vida espectacular realizaron inversiones descabelladas en un sector, el inmobiliario, que se derrumbó a finales de los ochenta. El CFF nunca logró recuperarse.

El ministro de Finanzas, Jean Arthuis, decidió ayer que, al fin y al cabo, no había tanta prisa por liquidar el CFF. Incluso admitió que podría haber soluciones alternativas. Fue una amarga rectificación para un ministro criticado por el fracaso de las últimas privatizaciones y detestado por el propio jefe de Gobierno, Alain Juppé. La humillación de Arthuis y las buenas palabras del mediador, Philippe Rouvillois, bastaron para que Meysonnier fuera liberado. Pero los sindicalistas del CFF no se dieron por satisfechos con promesas y, a la espera de negociaciones, decidieron mantener su encierro.

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