_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El triunfo del barrio

Santiago Segurola

Vestido a la manera desmesuradamente italiana que tanto gusta a los futbolistas de hoy, Raúl peregrinó el domingo por estudios de televisión, redacciones de periódicos y emisoras de radio para atender a la formidable demanda informativa que generó su actuación frente al Atlético. Tenía el aspecto del joven que ha visto mucho, que ha quemado etapas al galope, que intenta digerir dignamente y quizá con dificultad su repentino acceso a la riqueza y la fama, a un mundo donde predomina la adulación y el entreguismo al joven héroe del fútbol.El choque que ha sufrido Raúl debe ser considerable. Nadie, y menos un muchacho de 19 años, es insensible a los seísmos que cambian la vida de forma radical. Por eso resultó interesante observar si, por debajo de su costoso vestuario, permanecía intacta alguna parte del primer Raúl, del muchacho que llegó al Real Madrid desde un barrio de Villaverde con una mezcla de insolencia, ambición, frescura y talento. Mucho talento. La impresión es que su personalidad apenas se ha visto alterada: la misma mirada que mide a sus interlocutores, el mismo tono directo pero frío de sus primeros tiempos, la misma actitud desafiante cuando llega el momento, el mismo orgullo de clase, la misma relación con sus orígenes.

Afortunadamente Raúl no ha olvidado su origen barrial. Todavía hoy acude conregularidad a Villaverde para rodearse con sus amigos de la infancia y para recordar de dónde le viene la ambición, el deseo de gloria, los sueños que incubó de niño, un niño que, por cierto, jamás pidió un juguete. Sólo quería el balón.

El triunfo de Raúl es el triunfo del fútbol del barrio. Nadie como él representa un modelo que se distingue por una tentación heterodoxa, por un sentido casi irrespetuoso de las jerarquías y de las convenciones, por un apetito insaciable en la búsqueda del triunfo. En el barrio se vive y se aprende rápido, sin reglas. No sólo sobrevive el que dispone de más talento, sino el más tenaz y valeroso. Gente como Raúl, que con 17 años declaró que quería ser el mejor del mundo, en una época donde había gente que dudaba de su capacidad para jugar en Primera.

Con toda la admiración que produce su ingenio como futbolista, resulta más asombrosa su precisión para alcanzar Sus objetivos uno a uno. Por eso gritó desesperadamente su gol al Atlético. En ese instante, supo con meridiana claridad que había conquistado el mundo.

Primero se ganó una camiseta, después desbancó a Butragueño y su mito, más tarde convenció a los incrédulos, luego venció la poderosa y razonable resistencia alfonsista del Bernabeú y finalmente aceptó el desafío de imponerse a las estrellas extranjeras que desembarcaron en el Madrid. Sólo necesitaba el día y el lugar adecuado para ejecutar su plan. El resto correría a cargo de su ingenio, de su astucia, de su coraje y de su ambición. El día fue el sábado; el lugar, el Manzanares. Triunfó Raúl, triunfó un talento singular. Pero también triunfó el barrio, aunque se oculte bajo un abrigo italiano.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_