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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Conversión y elección

LA ELECCIÓN, prácticamente asegurada hoy en Estrasburgo, de José María Gil-Robles como presidente del Parlamento Europeo para el segundo tramo de la legislatura constituye una buena noticia para España. Pero arroja ciertas sombras sobre la idea europea, no por la idoneidad de la persona, quien, pese a su bajo perfil político, es un democristiano de alcurnia, aunque militante del Partido Popular sólo desde 1990, sino por el pacto que está en el origen de esta votación.El dominio de la Eurocámara por los dos grupos más numerosos, el popular y el socialista, es tal que les permite decidir al inicio de cada legislatura un reparto de la presidencia -y de otros cargos-, en la que suelen alternarse un democristiano y un socialista. ¿No dijo ya Jacques Delors que la construcción europea era la hija de los amores virtuosos de la democracia cristiana y de la socialdemocracia? Puede ser. Pero hay otras fuerzas. El pacto establecido en julio de 1994, tras las elecciones europeas, fijaba que al socialista alemán Klaus Hänsch le sucedería en la presidencia un popular español. Aunque este Parlamento no define una mayoría de gobierno, esta alternancia prefijada no parece la mejor fórmula para una Cámara que por lo demás se desgañita con frecuencia pidiendo mayores competencias legislativas. Una diputada francesa que representa a un pequeño grupo de fuerte convicción europeísta, Catherine Lalumière, ha decidido. presentar su propia candidatura testimonial en señal de protesta.

La presidencia del Parlamento Europeo nunca ha servido a nadie de trampolín político hacia parte alguna. Pero la elección, por segunda vez desde la adhesión, de un español -el socialista Enrique Barón lo fue de 1989 a 1992- refleja el peso político de España en las instituciones internacionales, ya sea en la OTAN (con Javier Solana) o en la Unesco (con Federico Mayor Zaragoza). Esta capacidad para situar españoles en las alturas contrasta, demasiado a menudo, con severos fallos a la hora de ocupar otras plazas menos vistosas, pero importantes para la defensa de los intereses nacionales en cargos intermedios de la Comisión.

La elección de Gil-Robles representa algo más que la llegada de un español a un puesto relevante. Representa también el ascenso en el PP de la línea dernocristiana, más europeísta, en contraste con la tendencia más euroescéptica que hasta hace poco sostuvieron otros dirigentes que se nutrían de las ideas de Margaret Thatcher. Gil-Robles es uno de los artífices de esta reciente conversión del PP a los valores de un europeísmo más próximo al que propugnaron los Gobiernos del PSOE.

Gil-Robles va a presidir esta Cámara en momentos importantes para Europa, pues de aquí a las próximas elecciones europeas -en junio de 1999- se ha de reformar el Tratado de Maastricht, abrir las negociaciones de adhesión a la UE con una decena de candidatos y negociar el sistema de financiación de la Unión, incluidos los fondos de cohesión económica. Sobre todos estos temas tendrá que pronunciarse el Parlamento de Estrasburgo. Gil-Robles no va a tener una tarea fácil al frente de esta institución, que tiene que ganar credibilidad y presencia. Sus intenciones de fomentar cambios en el estatuto de los eurodiputados tras algunos pequeños escándalos sobre dietas indebidamente cobradas toparán con resistencias. El sueldo de cada diputado depende de su nacionalidad, ya que los paga cada Estado en condiciones de igualdad con sus parlamentarios nacionales. Esto crea desigualdades incomprensibles en una institución emanada del sufragio universal.

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