La carta china
LA "ASOCIACIÓN estratégica" anunciada entre China y Rusia debería contribuir a generar estabilidad en la región. Pero aparentemente surge dirigida contra Washington, por razones bien distintas en uno y otro caso, lo que hace dudar de la solidez de la nueva amistad proclamada entre los dos países vecinos: uno quiere dificultar o evitar una ampliación de la OTAN a la que no es invitado, mientras, Pekín busca reforzar así su peso en Asia, incluso para negociar con mayor fuerza con EE UU.Con ocasión de la visita a Moscú del primer ministro chino, Li Peng, y en una declaración desde Pekín del ministro de Asuntos Exteriores, Qian Qichen, se han expresado los temores chinos no sólo a que Estados Unidos se consolide como la "única superpotencia de la posguerra fría" -como acertadamente la describe el jefe de la diplomacia china-, sino también por la ampliación de las alianzas militares estratégicas en las que participa Washinghton, ya sea la OTAN en Europa o la relación con Tokio o Seúl en Extremo Oriente.
Sin duda, esta "asociación estratégica" tiene un componente económico de primera magnitud que interesa a ambas partes. Rusia venderá aviones de caza SU-27 a Pekín y construirá una central nuclear en China. Además, los rusos están sumamente interesados en un posible contrato para la construcción de un gigantesco complejo hidroeléctrico y un gasoducto. Todos estos proyectos constituyen salidas importantes para un economía rusa maltrecha que busca nuevas posibilidades, especialmente en campos en los que aún puede aportar conocimientos y tecnología.
Si, por su parte, el régimen chino -con cambios previsibles en su seno- busca una normalización de sus relaciones con Rusia, también tiene una actitud externa que preocupa a buen número de sus vecinos, por su propio tamaño geográfico y demográfico, por su poderío militar y por unas reivindicaciones territoriales nunca resueltas -salvo el próximo caso de Hong Kong-, ya sea frente a Taiwan o en islas del llamado mar de China, ya sea por su valor simbólico o porque se sospeche que se encuentran sobre campos petroleros importantes.
Pero China también busca normalizar sus relaciones con Estados Unidos, tras dos años de enfriamiento por sus diferencias en materia de derechos humanos, política comercial o Taiwan. A finales de noviembre, los presidentes estadounidense y chino, Bill Clinton y Jiang Zemin, respectivamente, convinieron, en un encuentro informal, celebrar cumbres bilaterales en sus respectivos países en 1997 y 1998, por lo que las críticas que ahora dirige Pekín a Washington parecen retóricas. China sabe que EE UU sigue siendo una pieza básica en toda la zona, aunque con un papel bastante diferente del que los norteamericanos tienen en Europa, dada la ausencia en Asia de una estructura como la OTAN.
Está claro que la geopolítica del Pacífico, y más concretamente de Asia oriental, está cambiando. Los primeros atisbos de un diálogo indirecto entre las dos Coreas se percibieron ayer: el Sur devolvió al Norte los cadáveres de 24 soldados abatidos tras desembarcar de un submarino en septiembre; Pyongyang ofreció disculpas por aquella intrusión y tendió una mano para reanudar las conversaciones de paz. Tal avance fue bien recibido por Pekín, aunque no hasta el punto de responder directamente a la invitación realizada por Washington y Seúl para que, junto a Corea del Norte, China participara en unas negociaciones para la paz en la península coreana. Pero va colocando sus peones para situarse donde su visión del mundo siempre la ha colocado: en el centro.
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