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Tribuna
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EL CUADERNO DE ANDAR POR CASA

Jorge Valdano

Saber a qué se juega. Se oyó decir a un jugador del Barcelona: "El Real Madrid sabe lo que quiere, nosotros no". Un partido es siempre una incógnita abierta a imprevistos inquietantes. Porque toda incertidumbre guarda, una amenaza, el jugador sufre en la espera. A la inseguridad hay que desdramatizarla y para eso sirve la ironía. Maradona solía llamar a gritos a su mamá en los partidos finales de México 86: "Tota, ven a ayurme que estoy cargadao...". onfesar abiertamente el miedo previo suele producir adhesiones. Al final de mi carrera yo solía hacer comentarios del tipo: "No sé lo que me pasa, pero cada día estoy más nervioso antes de un partido". A los dos minutos tenía la confesión cómplice de todo el vestuario. En esos momentos nada castiga tanto como las dudas y el entrenador debe reducírselas a sus jugadores con precisiones simples que los ayuden a sentirse menos ex puestos y exigencias colectivas que los ayuden a sentirse menos solos. Si el jugador sabe que sus intenciones serán valoradas antes que los errores; si entiende lo que se espera de él y cuáles son sus obligaciones, la mitad de la incertidumbre queda resuelta. La angustia restante es provocada por la idealización del público, a quien hay que llenarles sus caras expectativas. Para eso no hay otro remedio que la valentía.La belleza moral del fútbol o Guardiola. Debe ser difícil y hermoso ser algo más que un jugador en un club que es algo más que un club. Guardiola lo es, lo sabe y le gusta; se le nota en el gesto apasionado, en la inteligente sensualidad de cada toque, en su innegociable idea del juego, en el compromiso de sus declaraciones. El periodista Antonio Pippo escribió un hermoso libro sobre Obdulio Varela, el mítico medio centro uruguayo, y cuando quiere encontrarle el alma al misterio del fútbol uruguayo la encuentra en Juan Pintos: "Aquel mortífero puntero izquierdo de la selección, que jugando a los cuarenta en un pueblecito del interior, cobraba en kilos de carne por partido". Evoco la pureza de la anécdota porque también hay algo de ingenuidad en la rabia competitiva de Guardiola; a su juego se le nota el orgullo del barrio, se le adivina la ética de intentar ganar mereciéndolo, se le descubre la infancia rebelde a la derrota, se le asoma el bocadillo en el bolso, se le notan, en fin, las ganas de que sea domingo otra vez (siempre domingo) para jugar el partido soñado mil veces en la interminable espera. El individualismo, cada día más castigado por aquellos entrenadores que no saben respetar la diferencia, tiende a desaparecer. Se tiende al colectivismo, que consiste en con vertir la excelencia en una pieza del gran mecafio que es el equipo. Guardiola no se deja. El medio centro debe ser el jugador que pone la casa en orden. Si tiene categoría (humana y futbolística), como Pep, la casa la amueblará él; si sus convicciones son blandas (me sobran los ejemplos), tarde o temprano hará lo que le manden y aunque se disfrace de organizador, sólo será el en cargado de hacer la limpieza.

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Para seguir con Uruguay, cuentan que cuando Tito Borjas le dio el pase de gol a Héctor Scarone, no le dijo "¡tuya, Héctor!", sino "¡suya, Héctor!", porque el respeto era demasiado. Como el que yo le tengo a Guardiola: suya, Josep.

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