¡Qué historia!
Irene Falcón fue la primera madrileña corresponsal de prensa hace 70 años y colaboró con Pasionaria
Sentada en el café del Ateneo madrileño, la quinceañera Irene Lewy Rodríguez escuchaba boquiabierta a la periodista y diputada socialista Margarita Nelken, quien en sus charlas sobre el amor libre proclamaba su promiscuidad a los cuatro vientos. Comenzaba la década de los años veinte y la joven bibliotecaria de Ramón y Cajal -a la que el premio Nobel de Medicina quería convertir en investigadora- no se perdía ninguna de las famosas tertulias que se organizaban en los cafés de la capital.En su casa del barrio de la Prosperidad, Irene Falcón (adoptó muy joven el apellido de su marido), que acaba de cumplir 89 años y con tan sólo 20 se convirtió en la primera mujer corresponsal de un diario madrileño -La Voz, un periódico de la misma empresa que El Sol, que tenía la redacción en la calle de Larra-, sonríe al recordar aquel Madrid de su adolescencia. "Margarita Nelken era muy audaz y decía en público que tenía un montón de hijos de padres diferentes. La apodaban el colchón de las redacciones. A mí me encantaba su atrevimiento. Luego resultó que era una mujer muy seria, que estaba casada y sólo tenía dos hijos. También me asombraban las provocaciones de Valle-Inclán en el café Regina, las tertulias de Gómez de la Serna en el Pombo o en La Granja del Henar, o las polémicas que Unamuno mantenía en La Cacharrería del Ateneo; los jóvenes siempre acaban insultándole. Aquello era apasionante".
Todo esto lo cuenta Irene con más detalle en las memorias que acaba de publicar con el título de Asalto a los cielos. Mi vida junto a Pasionaria, en la editorial Temas de Hoy. Quienes sólo hayan oído hablar de ella como colaboradora de Dolores Ibárruri descubrirán en este libro, prologado por Vázquez Montalbán, a una mujer excepcional, periodista, autora teatral, editora, que promovió y protagonizó muchas de las organizaciones políticas, culturales y feministas que surgieron en el fascinante Madrid republicano de los años treinta.
Ella era la mediana de tres hermanas y su madre había enviudado pronto. Para sobrevivir alquilaba habitaciones en su casa de la calle de Trafalgar, en pleno barrio de Chamberí. Un día de 1922 apareció buscando alojamiento un conocido periodista peruano llamado César Falcón. Irene -que se había educado en el colegio Alemán y dominaba cuatro idiomas- trabajaba ya en el Instituto Cajal, donde además de investigar, se discutía de política, de arte, de literatura. Falcón, que tenía 30 años y le doblaba en edad, se fijó en la precoz chiquilla de ojos negros y la invitó a acompañarle a las tertulias. Dos años más tarde, el diario El Sol envía al periodista suramericano como corresponsal a Londres. Ella es menor de edad pero no puede resistirse a "ese exuberante producto de América Latina" y deja plantados a su madre y al mismísimo Cajal para escaparse con él. En 1926 tuvo a su primer y único hijo, al que puso el nombre de Mayo y que en la actualidad reside en Moscú.
En Londres, César Falcón (quien tuvo más hijos, entre ellos la conocida feminista Lidia Falcón) la anima a escribir y el diario La Voz la contrata como corresponsal. Ella tiene 19 años y sus crónicas se publican en primera plana, a dos columnas, y se convierten en precisos y comprometidos análisis de actualidad. Impresionada por la imagen de las sufragistas golpeadas por la policía, comienza a escribir sobre feminismo: la mujer y el matrimonio, la compatibilidad entre profesión y maternidad, y publica divertidas columnas sobre los nuevos comportamientos femeninos. "En Londres todas las mujeres llevan las rodillas al aire y nadie se fija", escribe, o sobre la invasión femenina en el mundo del deporte y los negocios, lo que llamaba las records-women. Trabajó también como corresponsal para la revista ilustrada Estampa.
Cuando se proclama la República en 1931, Irene había regresado a Madrid. Aquel 14 de abril estaba en la puerta del Sol, subida en un coche, desgañitándose de júbilo. Comienza la etapa más decisiva de su vida. "Se produjo un interés por la política y la cultura extraordinario. Surgen periódicos, revistas, editoriales, y todo el mundo lee y participa. Me resulta imposible transmitir el entusiasmo que teníamos los jóvenes. Había muchísimo paro, pero en vez de quedamos en casa nos reuníamos alrededor de los quioscos de prensa a discutir sobre la actualidad política. Aunque la desilusión llegó pronto, en 1933".
Teatro Proletario
Durante la República fundó junto a su marido la revista Nosotros, la editorial Historia Nueva, la organización feminista Mujeres Antifascistas, el partido Izquierda Revolucionaria y Antiimperialista (IRYA) y el denominado Teatro Proletario, que tuvo un gran éxito de crítica y público."Alquilamos como local una carbonería en la calle de Alcalá, 173. No había separación entre el escenario y el público. Los actores eran jóvenes en paro. A veces hacíamos excursiones por la sierra madrileña y actuábamos en las plazas de los pueblos, y más tarde hicimos giras por toda España. En 1934 fue la última porque después nos prohibieron actuar. Había muchas huelgas y movimientos revolucionarios. Cuando llegábamos a un sitio preguntábamos a la gente qué había ocurrido, lo escribíamos por la noche y lo representábamos al día siguiente. La gente rugía de emoción porque sentían que hablábamos de lo que les ocurría. Era arriesgado pero explosivo. En 1982, acompañé a Dolores a un acto al pueblo toledano de Villa de Don Fadrique. Una viejecita se me acercó: ¡Se acordaba de cuando pasamos por allí con el Teatro Proletario! Fue emocionante".
Vio por primera vez a Pasionaria en una manifestación en la plaza de la Cibeles. Le impresionó su figura. Irene no había ingresado aún en el PCE. "Eran muy sectarios. Gritaban ¡Abajo la República burguesa! ¡Vivan los sóviets! Sólo dejaban afiliarse a los obreros y campesinos. Las cosas cambiaron a partir del congreso de 1932 y entonces pude afiliarme".
En 1934 se marcha a Moscú como corresponsal del diario Mundo Obrero. En 1937 regresa a España para ayudar a Dolores durante la guerra civil y se convierte para siempre en su más estrecha colaboradora. Luego, tras la contienda, el largo exilio: casi cuatro décadas sin pisar Madrid, hasta 1977. En la URSS, Irene es víctima del terror estalinista. Su compañero, un checo llamado Gesminder, es ejecutado en 1952 acusado de ser un agente imperialista. Ella y su hermana Kety son expulsadas del trabajo y hasta alguno de sus camaradas españoles les niegan el saludo. Pero ésta es la otra historia, que también cuenta en su libro. Ahora ocupa la presidencia en la Fundación Dolores Ibárruri y a su sede de la calle de la Alameda, en Huertas, acude casi todas las tardes. Vive con su hermana Kety, de 86 años, aunque paran poco en casa. "Cuando no trabajo, voy al cine, al teatro o me reúno con los amigos. ¡Es imposible aburrirse en Madrid!".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.