Apátrida
Cuando algunos buenos catalanes me acusan de ser un renegado debo reconocer que no les faltan razones. Mientras ayer mis conciudadanos sufrían ante el gran duelo, un servidor, totalmente insensible, devoraba un pollo bien criado, con setas y música de Beaujolais-Fauchon del año. Cuando todo un país o nación... o lo que sea estaba pendiente del acontecimiento, yo vivía relajado y despreocupado de las hazañas que nuestros heroicos mercenarios almogávares realizaban en el Bernabéu.
Quizá Copito de nieve y yo éramos de los pocos catalanes inconscientes (él en su jaula y yo en el Empordá) de que nuestro honor estaba en juego ante el enemigo. Debo admitir que mi falta de responsabilidad es flagrante y esta desfachatez por contarlo revela sin duda graves problemas de adaptación al medio, o sea carne de frenopático en el país o nación... o lo que sea, del gran fundamentalismo folclórico-futbolístico.
Confieso que, para mí, todos los esfuerzos para soportar pacientemente el comercio del balón han sido inútiles y cuanto más aumenta la pasión a mi alrededor, más virulenta se hace esta reacción alérgica. He tratado de utilizar todos los remedios posibles, desde antihistamínicos a imaginarme que simplemente se trata de un ballet contemporáneo con pelota, pero ni así he conseguido vivir armónicamente con mi entorno. Incluso he reflexionado profundamente sobre el aumento de violaciones, asesinatos, destrozos y arquitectura contemporánea que sufriríamos si no se canalizara la violencia contenida. ¡Nada que hacer! Todo lo contrario, mis, sueños se convierten en auténticos delirios, en arenas movedizas debajo del césped que engullen a jugadores, árbitros y jueces de línea. Sueño con idílicas dictaduras en las que el balompié está prohibido y las reuniones superiores a dos sujetos hablando de fútbol son disueltas violentamente por unos geos de los que soy un cabreado sargento. En otros desvaríos circulo en taparrabos formando parte de una tribu feliz que no conoce más formas esféricas que las de sus hembras, pero estas fantasías oníficas no hacen sino provocar una realidad más cruel al despertar.
¡Es la realidad implacable que tenemos! A quien no le gusta el fútbol es por puro esnobismo o, aún peor, porque ha sido incapaz de comprender que en el lote del país o nación... o lo que sea, está incluido el fútbol y especialmente el Barça. Ante ello no hay deserción posible; del otro lado sólo está un autoexilio que viene a significar el autismo total, no leer periódicos, no encender el televisor, no hablar con el tendero y no descolgar el teléfono en días de partido.
Esta es la dura vida de un apátrida que no puede defenderse mientras en el código penal no exista la eximente de insumiso futbolístico; por ahora sólo nos queda este grito desesperado: iSOCORROOOO!
Albert Boadella,director de Joglars.
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