Antes del futuro
El Bernabéu fue una cárcel de hormigón. Todo bajo control
Antes del futuro Madrid se desborda. Hay arterias de calles coaguladas por la masa: 110.000 espectadores invaden los peldaños del estadio y luego lo penetran con voracidad. El futuro era esto. Gritos, un invierno perpetuo, banderas y marcas, los colores, las bandas. 1.000 policías vigilan una atmósfera de cuchillos. El Bernabéu es una cárcel de hormigón, laberíntica, fría, funcional. No hay escape, todo está controlado. A las ocho, 35 países y 500 millones de telespectadores ven saltar al césped a las estrellas, para calentar. Al Madrid aplausos, al Barcelona pitos. A las ocho y cuarto nuevos pitos y música en los altavoces que eleva los biorritmos. La publicidad también está. Lo limpio es el campo, tal vez el espectáculo. Lo otro es el futuro. A las ocho y media el futuro ya está aquí, el Bernabéu sangra. Hay un tapiz de irrealidad formado por confeti, miles de papeles blancos, chillidos del respetable, los neones del campo, el humo de las bengalas y las propias bengalas encendiendo la pasión, siempre al filo.La antesala del encuentro escolorida y salvaje.
Durante los 20 primeros minutos, los duelistas se miden pero no se encaran. Aparece un regate a dos de Víctor que no acaba de brillar. En eso, el tótem Suker la cuaja de refilón. Es cuando el estadio es un solo pulmón. El público, los internos, aúllan en la prisión; suena como a cristales. El extraterrestre comienza a bailar. El graderío no le pierde de vista, le persigue con el aliento; Ronaldo lo corta, sabe que a la contra mete miedo. Que le dejen respirar, de cualquier manera es un hombre. El Madrid está en todas partes, igual que Víctor y Raúl.
En el intermedio, por los altavoces, canciones de Navidad. Hace un frío de perros.
Segundo tiempo. Espero a Mijatovic, se lo debe a su hijo, y es que el mundo le debe la existencia a un niño. Y lo hace, cumple como padre, como futbolista, como un mesías pagano que despierta humo y fuego y el entusiasmo de las tribunas. Dos para los blancos. El Barcelona es un caracol. Se está calentando el césped: patadas. Esto es el futuro, se llama Raúl, quiebra la pelota, la defiende y ataca. Más patadas, tensión, faltas. Suker se marcha caminando por un trueno de aplausos. Las galerías del presidio se calman, manda el merengue, por eso se multiplican los empellones. Parece que los postes también detienen balones y que Luis Enrique es el único activo de los culés: paradojas. Durante los últimos minutos, el Madrid juega un billar de lujo. Los gritos y los tambores prosiguen hasta el final.
Ayer el futuro fue una alucinación.
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