El choque
Por primera vez, la trascendencia de un choque Madrid-Barça se revela ficción pura. Por inercia, el lenguaje de los medios sigue siendo el mismo, la expectación se alienta con formas clásicas, pero el partido posee una naturaleza extraña, entre lo falso y lo espectral. Ni el Madrid es el Madrid ni el Barça es el Barça. Ninguno juega encarnando a sus aficiones, sino representando al comercio de las estrellas en un espacio extraorbital. De la misma manera que ahora se ficha, no sólo sin reparo, sino con codicia, a aquel entrenador que a cargo del equipo rival ha derrotado una y otra vez al nuestro, es posible fichar en bloque al más conspicuo enemigo y hacerlo propio. Los jugadores se desplazan ya como capitales financieros y, los equipos, como mecanos en el tráfico internacional. Ni los jugadores tienen tiempo de ser criados al amor de la afición ni pueden prometer amor al hincha; sólo tienen, en todo caso, amor propio.El destino de un equipo ha dejado de ser un drama tribal. Cuando una formación no funciona la solución es adquirir otra, llave en mano. Hoy este conjunto se llama Barca o Madrid, pero si alguna de las directivas prefiere el PSV o la Juve, el procedimiento es comprar el lote y cambiarle la etiqueta. A esta luz, un Madrid-Barça es mera invención. Si todas las gestiones de Gaspart y Sanz tuvieran éxito en su propósito de contratar jugadores del rival, el Madrid sería pronto el Barça y, el Barça, el Madrid.
Nunca antes el partido del siglo tuvo menos que ver con este siglo y sí con un espectáculo de ciencia ficción. Los equipos de hoy se comportan como artilugios fulgentes, privados de raíz. Con razón, a la expectativa de hoy se la considera insólita. Es, sin duda, el choque de rivalidades más fantástico porque, por primera vez, hay que hacer el esfuerzo de inventárselo.
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