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Tribuna
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El sobre

Rosa Montero

A un conocido mío, presidente de una comunidad de vecinos, le tocó. contratar unas reformas en la escalera del edificio en el que vive. Anduvo la cuadrilla de obreros por allí, y el hombre, padre de dos niños, de ocho y diez años, extendió al término de los trabajos el cheque correspondiente. Se fueron los operarios, y esa noche mi amigo entró en el dormitorio de los niños a darles el beso ritual de despedida. Pero al abrir la puerta sorprendió una agitación especial, un revuelo de sábanas, un crujir de papeles que se ocultan."¿Qué escondéis ahí?", preguntó ceñudo, cumpliendo con su cometido de padre cabal; y arrancó de las manos de sus retoños un sobre con 10.000 pesetas en billetes de mil. "¿Y esto?", se asombró. "Nos lo ha dado don Venancio, que es muy simpático". Don Venancio, en fin, era el contratista de las obras, un Einstein del chanchullo y la mordida que, antes de abandonar el edificio, había decidido dar un sobre a los hijos del presidente de la comunidad, en previsión de las obras futuras. "No se lo contéis a vuestros padres", había dicho al untarles. Eso sí que es hacer publicidad indirecta y renovar con admirable ingenio nuestra patria inclinación al roldanismo.

Mi conocido convocó al contratista y obligó a sus hijos a devolver el sobre, pero no sé si habrá conseguido contrarrestar la influencia que ese dinero fácil y clandestino puede haber tenido en la educación de los chavales. Increíble país este en el que los niños empiezan a recibir sobornos a domicilio y antes de haber cumplido los diez años. Con semejante caldo de cultivo no es de extrañar que las criaturas acaben creyendo que la corrupción es el mejor medio para llegar a lo más alto, por ejemplo a presidente de un banco o de un Gobierno, o incluso a la prisión de Carabanchel, tan surtida de prohombres de la patria.

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