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Mitos y verdad del sistema del sistema de 'bienestar' en EE UU

Un observador extranjero del perenne debate norteamericano sobre el Estado del bienestar debe preguntarse en qué consiste este asunto que hace que sus protagonistas (políticos, periodistas, ciudadanos comunes e incluso estudiantes) trastornen la lógica, ignoren la evidencia y pierdan su sentido de lo social. La reciente "reforma" -"desmantelamiento" sería un término más adecuado- de la Ayuda a la Familia con Menores Dependientes (AFDC) aprobada por el presidente Clinton se fundamenta en un razonamiento demonológico que resulta muy adecuado para una sociedad teocrática, pero no para una sociedad democrática. Este razonamiento tiene sus raíces en cuatro mitos que juntos conspiran para ocultar una sola verdad.Mito 1: EE UU se asfixia bajo el peso muerto del "Gran Gobierno". La comparación con otros países industrializados revela que Estados Unidos gasta una miseria en programas sociales y, especialmente, en los programas destinados a los ciudadanos más vulnerables. EE UU es el único país rico del mundo que carece de un sistema universal de atención sanitaria, de subsidios para menores y de una política activa en el mercado laboral. La mayor parte de los gastos sociales (Seguridad Social y Medicare) benefician a las clases medias y altas, no a las más desfavorecidas. Un 5% de la población estadounidense, la que corresponde al segmento de los más ricos, cosecha una parte de las deducciones sobre el impuesto de la propiedad residencial similar al presupuesto total de la AFDC.

Es más, el gasto público no ha crecido: en 1982, bajo la Administración Reagan, el gasto público federal representaba cerca de un 24% del PNB estadounidense; hoy está por debajo del 22%. En el mismo periodo, los gastos en AFDC y en vales alimentarios se redujeron del 3,2% al 2,4% del PNB. Para los interesados en el tema, el economista de Harvard Richard Freeman ha demostrado que los países con mayores gastos en asuntos públicos y sociales también disfrutan de una mayor productividad y de un mayor índice de crecimiento.

Mito 2: La generosidad de las prestaciones sociales agrava, más que alivia, la pobreza. Una vez más, la comparación intemacional muestra que esto es totalmente falso. Los países que cuentan con los mejores y más amplios sistemas de bienestar social son aquellos donde la necesidad es menor y los periodos de desempleo más cortos. Así, el índice de pobreza en los hogares monoparentales en EE UU dobla al de Alemania, es tres veces superior al de Francia y 10 veces superior al de Suecia. En EE UU los impuestos y los pagos de transferencia fracasan en la reducción de la incidencia de la pobreza familiar en el país, mientras que la acción gubernamental saca de la pobreza a la mitad de los hogares pobres de Francia y Suecia y a las dos terceras partes de los hogares pobres de Alemania. Los Gobiernos de Escandinavia, Holanda, Alemania y Francia prácticamente han conseguido eliminar la pobreza de los menores en sus países en un momento en el que 15 millones de menores estadounidenses (y uno de cada dos niños afroamericanos) viven en un ambiente de absoluta privación.

El "problema del bienestar" en EE UU no está en la munificencia pública, sino la tacañería pública. Se combinan unos niveles de apoyo tremendamente inadecuados con los enormes agujeros abiertos en la red sanitaria para condenar a millones de personas a una miseria patrocinada por el Estado: el subsidio medio de la AFDC de 337 dólares al mes apenas supera la mitad de la cota de pobreza y el 57% de las personas pobres no percibe ningún tipo de asistencia líquida comprobada. Continuar reduciendo los subsidios y las coberturas es el medio más seguro para agravar la pobreza.

Mito 3: Los beneficiarios de las ayudas públicas deben ser forzados a trabajar porque los subsidios sociales se han convertido en "un modo de vida" (la pegadiza frase arqueoconservadora adoptada por el presidente Clinton). En la realidad, la mayor parte de las familias sólo permanecen bajo la protección de la AFDC durante un periodo de tiempo muy corto: la mitad salen de la lista de inscritos al año y dos terceras partes ya lo han hecho a los dos años, y la "transmisión" intergeneracional de las prestaciones constituye la excepción y no la regla. Más importante aún, la gran mayoría de los beneficiarios ya combina el trabajo con el subsidio AFDC por la sencilla razón de que es imposible sobrevivir sólo con la ayuda pública. La "dependencia con respecto al subsidio" es un despropósito que debería ser eliminado de cualquier debate serio.

Un estudio en profundidad realizado por la socióloga Katherine Edin sobre la vida cotidiana en relación con los presupuestos de las madres que dependen del subsidio AFDC en cuatro ciudades de EE UU demuestra que todas ellas necesitan complementar su asignación con dinero procedente de empleos, parientes y amigos. La mayoría, sin contrato alguno, trabajan en el sector sumergido y entran sin ceremonias en la economía callejera. Y hacen además el trabajo más duro de todos, el de criar a los hijos en ambientes desoladores tanto en lo físico como en lo social. La costumbre de oponer el subsidio al trabajo es, en palabras del erudito en derecho de Yale Joel Handler, tanto "obsoleta como contraproducente" porque en la vida real ambos son necesarios.

Mito 4: Si los beneficiarios de las ayudas públicas son eliminados de las listas y obligados a buscar un empleo remunerado, los pues tos de trabajo se materializarán de un modo u otro y ellos podrán alcanzar la anhelada "independencia". De todas las premisas de la reforma del Estado del bienestar, ésta es la más dañina e insostenible. Por lo pronto, el segmento inferior del mercado de trabajo ya está saturado y con exceso de mano de obra: en las grandes ciudades donde reside el núcleo central de la población en paro, hay más de diez solicitantes para cada trabajo no cualificado. En segundo lugar, los empresarios no tienen ni interés ni deseo de contratar los servicios de unos solicitantes con escasa educación, ninguna experiencia, pocos contactos laborales previos y que, además, portan el doble estigma de la pobreza y la beneficencia -así como la mancha de la raza en el caso de los candidatos negros y latinos- En tercer lugar, incluso los pocos que tienen suerte y encuentran un empleo serán incapaces de subsistir con trabajos de sobreexplotación, sin perspectivas de futuro, a tiempo parcial y en el sector servicios por los que perciben los salarios de subpobreza para los que están cualificados. Cuarto y más pernicioso, está garantizado que soltar masas de beneficiarios del subsidio de desempleo sin educación ni experiencia al mercado laboral deprimirá aún más los bajos salarios, con lo que se contribuirá directamente a un mayor empobrecimiento de las familias trabajadoras pobres.

Se necesitaría un auténtico Plan Marshall urbano para crear las suficientes vacantes que pudieran absorber a los cientos de miles de nuevos buscadores de trabajos de baja cualificación, además de construir y dotar de personal las instalaciones de atención al menor, vivienda, educación, salud y tratamiento antidrogas necesarias para estabilizar sus vidas. Sin que tal plan exista (y el miniplan del presidente Clinton de 3,6 billones de dólares en tres años es sólo "una gota en el océano", en palabras de William Julius Wilson), la "reducción de tamaño" de la AFDC no hará sino reemplazar la "dependencia del subsidio" por la dependencia de un trabajo de salario superexplotador, una familia marginada, la delincuencia, la prostitución y la caridad.

Estos cuatro mitos juntos, legado directo de la era victoriana, esconden una verdad:, la "reforma del Estado del bienestar" en Estados Unidos sólo ha llegado a significar una reducción en la carga fiscal destinada a los pobres al tiempo que éstos son castigados por ser negaciones vivientes del mito nacional del "sueño americano". La última fase de la reforma perpetúa la ficción de que la pobreza es consecuencia de las deficiencias de los individuos y sacrifica a los miembros más vulnerables de la sociedad para exorcizar la ansiedad de la clase media en una época de creciente desigualdad e inseguridad. Está diseñada para transportar a las madres solteras pobres no a una situación de independencia, sino desde una situación de pobreza con subsidio a una situación de pobreza sin subsidio. Guardando una gran semejanza con el refrán decimonónico que decía que el "mejor indio" era el "indio muerto", hoy el "mejor pobre" es el "pobre invisible", el que no hace ninguna reclamación a la comunidad civil, se mantiene fuera del paso y sufre en silencio mientras que los ciudadanos más privilegiados se felicitan por haber "terminado con las prestaciones sociales tal y como ellos las conocen".

Loie J. D. Wacquant es profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de California, Berkeley.

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