Déjennos vivir
Madrid, urbe cosmopolita, está calculado también para disfrutar los pequeños placeres de la vida. Es lo bueno de Madrid: que conserva sitios donde los madrileños podemos darnos gustos que a nadie ofenden. Lo. malo es que, paralelemente, hay gentes al acecho para no dejamos vivir.Uno suele hacer de mañana su paradita en el Nebraska de la Gran Vía, o de tarde en el Gregory de Velázquez, y se toma un café tan ricamente. Ese fugaz alto en el trajín para saborear un cafetito y dar una calada adquiére caracteres de grandeza. Es -dirían los hombres de ciencia-, un momento de relax. Es momento de meditar y ver pasar la vida. Es ocasión para ennoblecer las miserias del cuerpo mortal con las fantasías creativas del espíritu trascendente. Y ahí queda eso.
Otros prefieren entonarse con los ricos caldos de la región y si son vinos, se acercan a la Cava Baja, donde se los servirán de frasca, mientras si son licores disponen de amplia gama en innumerables establecimientos. El Abra cuenta con multitudes adictas a sus fritos de bacalao, El Torito a la centolla, y el tapeo -así de huerta como de mar; de fruto duro o de cabaña- se satisface por doquier; que en cuestión de bares y tabernas, figones y colmaos, Madrid es la capital del mundo.
Lo malo es si luego acude uno al médico, no importa que sea por un catarro, pues quería quitarle todos estos placeres: fuera el café, que sube la tensión; el tabaco, ni olerlo; el alcohol ataca al hígado; los fritos indigestan; el marisco produce reuma; la carne, colesterol.
Peores que los médicos, los predicadores -siempre al acecho: ya lo advertíamos- hacen cruzada desde la radio y las columnas de los diarios con la perversa finalidad de encauzar la vida de sus semejantes por la senda de la modernidad espartana y estéril. Si se les hiciera caso, el hombre moderno debería estar en la UVI. Si se les hiciera caso, el hombre moderno sería un vegetal.
Luego mejor no hacerles caso. Pero tampoco basta. Científicos británicos denuncian el triste destino al que ha sido abocado el hombre normal: no puede disfrutar de los pequeños placeres de la vida porque padece sentimiento de culpabilidad. Para combatir semejante injusticia han constituído la Asociación para Investigar la Ciencia del Disfrute. Parten de la premisa de que de los pequeños placeres -café, copa y puro, una chocolatina furtiva, un pastel de chantilly a deshora- distienden al ciudadano, le equilibran la tensión arterial. Ahora bien, como médicos y predicadores sostienen lo contrario, el sentimiento de culpabilidad le impide gozar aquellos benéficos efectos.
El sentimiento de culpabilidad afecta a cualquier placer. Sentarse a tomar el sol es objeto de doble anatema: "¡Haga deporte!", conminarán médicos y predicadores; "¡El sol causa cefaleas!". Una langosta tampoco puede saborearse sin frustración: ¡la cuecen viva! El biólogo Jean Rostand sugirió que a las langostas se les administre éter antes de hervirlas para que no sufran, con lo cual se armonizarían gastronomía y ecologismo, y los animalistas dejarían de dar la vara.
Que los ciudadanos se inhiban de las preocupaciones viendo fútbol en televisión indigna a los predicadores. La imagen que ellos mismos se han forjado de gente egregia, exquisita y culta, les obliga a condenar semejante pérdida de tiempo y exigen que la gente lo dedique a la lectura..
Algunos ciudadanos pican, se ponen a leer novelas y es peor. El sentimiento de culpabilidad no se aplaca sino que acrece. El ciudadano lector se pregunta cómo es posible que esté leyendo una novela cuando desconoce la Historia de España. Y acude entonces a los libros pertinentes. Sin embargo le entran de nuevo remordimientos al considerar qué demonios le importará el proceso del obispo Carranza mientras los catalanes -Jordi Pujol al frente- reivindican una singularidad que no entiende. Y aborda presto la Historia de Cataluña. Mas tampoco es solución: aún no habrá llegado al Corpus de sang o quizá a la Guerra dels segados cuando cae en la cuenta de que él es madrileño, y no sabe de la Villa y Corte que fue castillo famoso. Y así pasa que todo el mundo anda por Madrid cabreado o cazando moscas.
Pero uno no está por la labor. En cuanto acabe, se va a tomar un cafetito y a fumarse un puro tumbado en el sofá, viendo un partido de fútbol, allá penas si protestan médicos y predicadores. Aunque no descarta correrlos a gorrazos el día menos pensado. A ver si nos dejan en paz de una vez.
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