El cansancio del héroe
Uno de los aspectos más sorprendentes, y a la vez preocupantes, de la nueva situación política surgida tras las últimas elecciones generales lo constituye la desgana y apatía manifiestas con las que el PSOE, y particularmente su líder, están ejerciendo la nueva función que les corresponde como principal partido de la oposición. Primero, se amparó tal atonía en la necesidad de respetar la cortesía parlamentaria de los cien días. Luego, se adujo que la misma venía determinada por la lógica desorientación derivada del paso del Gobierno a la oposición. El transcurso del tiempo y determinadas actitudes, como la adoptada por Felipe González en lo que, teóricamente, constituye uno de los momentos culminantes de la actividad parlamentaria como es la aprobación de los Presupuestos, parecen demostrar que detrás de esta situación se esconden motivaciones y problemas de mucho mayor calado.Es cosa sabida que la actividad política suele resultar agotadora y, por ello, el horizonte temporal de los políticos suele ser bastante corto. La prueba de ello es que un líder que ha estado en el cargo durante algunos anos y no muestra signos de querer abandonarlo termina siendo considerado como un obstáculo que debe ser superado por aquellos que desean ocupar su puesto. Por ello, los diversos sistemas políticos suelen establecer fórmulas diversas, bien de hecho o bien de derecho, a fin de evitar que la sucesión en el poder provoque conflictos graves.
Al contrario de lo que ocurre en los sistemas presidenciales, los sistemas parlamentarios europeos no prevén limitaciones temporales del mandato presidencial. Ello resulta lamentable ya que, al menos en los casos en los que se da una mayoría absoluta, los Jefes de Gobierno parlamentario obtienen en la práctica un poder casi caudillista, como consecuencia del control absoluto que ejercen tanto sobre el Gobierno como sobre el propio Parlamento.
Sin embargo, y a falta de reglas escritas, la propia experiencia política ha ido estableciendo fórmulas prácticas tendentes a limitar, de hecho, el tiempo del mandato de los dirigentes políticos, o a evitar, en su caso, la vuelta al poder de los mismos.. Así, podemos observar que, dejando al margen situaciones atipicas como la italiana, apenas existen casos en los que un jefe de Gobierno haya recuperado el poder tras haber perdido unas elecciones. Es cierto que Churchill lo hizo en 1951, pero ello se debió, posiblemente, a las circunstancias excepcionales en las que ejerció su primer mandato, en plena guerra mundial. A Adenauer, Margaret Thatcher o Willy Brandt, por citar tan sólo algunos ejemplos, no se les ocurrió, o al menos no se lo permitieron, pretender recuperar su poder tras haber sido descabalgados del mismo.
La negativa a repetir el ciclo y el consiguiente deseo de proceder a un cambio generacional, además de resultar consustanciales a la propia naturaleza humana, constituyen una con secuencia lógica de la propia di námica de la vida política. Por ello, resulta sorprendente la re sistencia, en el seno del PSOE, a plantear seriamente la necesidad de una renovación generacional. Y ello resulta tanto más sorprendente si tenemos en cuenta las peculiares circunstancias en las que se ha producido su derrota electoral. Una de rrota que no ha venido deriva da tanto del lógico cansancio acumulado a lo largo de estos años, o de la simple necesidad de ternancia, cuanto de la comisión de ciertos hechos y la toma de ciertas decisiones difícilmente comprensibles, además de incompatibles con un sistema democrático. Es evidente que de la concurrencia de tales hechos y decisiones se han derivado importantes responsabilidades políticas, que a su vez podrían dar lugar a no menos importantes responsabilidades criminales. Dejando a un lado las posibles responsabilidades penales, cuya decisión corresponderá en última instancia a los jueces, y centrándonos en el estricto ámbito político, no parece necesario realizar un gran esfuerzo para recordar la enorme gravedad y extensión de las responsabilidades en las que han incurrido, por acción u omisión, los sucesivos Gobiernos socialistas y, en particular, quien de forma ininterrumpida ha sido su máximo líder y jefe de Gobierno a lo largo de estos trece años. Basta para ello con recordar, en el ámbito de la corrupción, los asuntos Rubio, Filesa, Roldán, etcétera, o en el ámbito de la conculcación de los derechos humanos, los asuntos Cesid, Gal, Lasa-Zabala, etcétera. '
Es evidente que tales asuntos descalificaban por sí mismos para continuar en la vida política a aquellos dirigentes políticos que los permitieron, bien por acción u omisión y, particularmente, a quien, durante todo ese tiempo, fuera máximo dirigente del partido y del Gobierno. Por ello, si en el momento en que surgieron tales escándalos hubiera funcionado la lógica propia de los sistemas democráticos, la consecuencia normal hubiese sido la dimisión del presidente del Gobierno y de aquellos ministros y dirigentes del partido más directamente afectados por los casos de corrupción o de atentado a los derechos humanos. (¿Será necesario recordar. aquí la extraordinaria lección de dignidad política dada, ante sucesos mucho menos graves, por aquel gran dirigente político que fue Willy Brandt, tan admirado como poco imitado por los socialistas españoles?).
Una dimisión de estas características venía sustentada en razones de índole tanto ética, dado el grave daño producido al sistema democrático y al Estado de derecho, como, sobre todo, estrictamente política. Dejemos al margen los aspectos éticos y centrémonos en la perspectiva estricta de la eficacia política. Si bien es cierto que la negativa a asumir responsabilidades políticas viene afectando profundamente a la vida política ya desde 1993, es ahora, sin embargo, cuando comienzan a manifestarse, con toda su crudeza y gravedad, las consecuencias de tal negativa.
Tales consecuencias están provocando no sólo para la democracia, sino incluso para el propio PSOE, resultados lisa y llanamente desoladores. Así, la negativa a asumir responsabilidades políticas no sólo no ha impedido que la vía judicial siga imparable su propio camino, sino que, incluso, ha traído como consecuencia la extensión entre' los ciudadanos de una sensación, cuando no convicción, de que efectivamente se han cometido graves fechorías que pretenden ocultarse por todos los , medios posibles. Ello está provocando el alargamiento de una lenta agonía que puede afectar no ya al PSOE, sino incluso a la propia estabilidad del sistema democrático. En efecto, la negativa a asumir responsabilidades políticas y el consiguiente empecinamiento de los viejos líderes en continuar
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El cansancio del heroe
Viene de la página anterioren la brecha está provocando una peligrosa atrofia de la actividad opositora del PSOE. A modo de ejemplo, además de provocar sonrojo, resulta patétipa la operación llevada a cabo por los socialistas catalanes con el objeto de reciclar políticamente a Narcís Serra, convirtiéndolo en primer secretario del PSC.
En su conocido estudio sobre el liderazgo político, W. Mills y H. Gerth distinguen tres gran des tipos de líder: el precursor, el innovador y el de rutina.Pues bien, creo que ninguna de tales categorías sería aplicable a nuestro caso en el momento actual. Es tal el grado de atonía tanto del PSOE como de su líder, que bien Podríamos añadir a esa triple categoría un cuarto tipo de líder al que podríamos denominar líder de plomo, ya que su presencia y actividad congtituyen un auténtico freno para llevar a cabo determinados objetivos políticos. Que el PSOE y su líder se mantengan o se hundan es algo que puede satisfacer o disgustar a los ciudadanos en función de sus convicciones ideológicas y de sus preferencias políticas. Lo que no puede de jarnos indiferentes es que el sistema democrático se quede sin una alternativa de oposición. Ello podría llegar a suponer la propia negación de la democracia. Camino de ello vamos si no se produce, rápidamente, una reacción por parte de los propios afectados. Es perfectamente lógico, además de respetable, que el héroe se encuentre cansado. A lo que, bajo ningún concepto, tiene derecho es a que su cansancio nos arrastre a los demás al abismo.
Gurutz Jáuregui es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco.
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