Estación de Atocha
Si usted, presunto lector o lectora míos, están rabiosos por viajar y su bolsillo se lo impide, ¿porqúe no prueba a hacerlo con la imaginación? Hay en Madrid, ciudad variopinta, algunos lugares óptimos para la práctica de tal aventura estática y uno de ellos, ahí donde le ven, es la estación de Atocha. Me refiero sobre todo al espectacular jardín de Moneo. Nada más penetrar por la puerta principal nos toparemos con la escultura de Eduardo Úrculo El viajero. Aunque el protagonista está missing, se advierte por su equipaje -quizá el grupo debiera llamarse El Equipaje- que se trata de una persona pudiente, quizá un arquitecto o un ecultor de éxito. No creo que esas maletas, paraguas, sombrero y abrigo de cuero estén al alcance de la plebe. Y nada importa que en la base de este hermoso trabajo posen japoneses, boquiabiertos, frágiles monjitas al parecer extenuadas y skins con su pendiente y su canesú; el conjunto imparte una idea de postín que se nos sube al ego. ¡A ver quien nos tose ahora!La flora comienza en el pequeño estanque cubierto de nenúfares y otras plantas más difíciles de indentificar, tan amazónicas, por llamarles algo, que debajo podría haber saurios, pirañas, y ¡vaya usted a saber! Veo un niño que introduce su dedito curioso desde la orilla y tengo que contenerme mucho para no abalanzarme sobre él y apartarle del peligro, por si acaso. Menos mal que me he contenido, pues si no, a lo peor me habrían acusado de acoso sexual. En seguida vuelvo a fijarme en las plantas mucho menos recelosas que los seres. ¡Hay que ver lo que han crecido en estos cuatro años! La platanera que hay a las espaldas del estanque es como la madre de todas las plataneras, hay palmeras achaparradas e hirsutas, esbeltas, y lampiñas hay de todo. Claro. Están muy mimadas, con aquella luz: aquella temperatura y aquel orballo, permanentemente remojándolas.
Ahora que están acabando con las selvas amazónicas, ahora que las africanas junglas de nuestros ensueños infantiles dejaron de existir, resulta saludable para los madrileños tener tan a mano una selvilla como ésta, de modo que sonemos sin rubor ¡leñe! y la fantasía a que pueda llegar a su cúspide cuando contemplamos, allá arriba, desde nuestro trópico particular el restaurante de nombre misterioso, exótico, evocador, garantía de aventura. A su conjuro, los comedores laterales que flanquean la terraza nos parecen el vagón imperial del zar de todas las Rusias o acaso el bungalow de la reina Victoria en visita de Estado a la India.
¡Hombre, si uno encuentra un mecenas, también pódría lanzarse a viajar de verdad en el AVE. Durante el apócrifo apogeo patriótico, del 92, los pabellones autonómicos de la Expo, las bodegas, todo el mundo invitaba a la Prensa gastronómica a compartir aquellos fastos. Nos llevaban en clase Club con los VIP,S y nos acostumbramos a compartir su mundo de vino y rosas: azafatas a la sazón monísimas, munificencia en los whiskyes y demás, naturalemente free y allá afuera, -para gozo de los obsoletos volitivos como yo- bucólicos e inéditos paisajes.Raudo, increíble AVE: te subes el último en Córdoba, te encuentras un amigo en el bar, compartes una copa o dos y un rato de cháchara y cuando te quieres dar cuenta, antes de alcanzar tu asiento, estás entrando en Madrid. Silencioso, puntualísimo AVE. ¡Torero!
Ahora, en la luenga resaca nacional, nada es lo mismo, todo se desmorona a nuestro alrededor, pero en ocasiones, todavía surge algún mecenillas despistado... Y con tendencia a consignarnos en Clase Turística. En estos casos hay que invocar la Convención de Ginebra o lo que se le ocurra a uno para que le manden a Club, o al menos a Preferencia, como si fuera la mismísima Carmen Sevilla. A mí me parece éste un mundo más y más fascinante, a medida que se aleja del mío propio. Dos chinos unidos por un cordón, no sé si umbilical, manejando de consuno sendos ordenadores, o lo que sean, elegantísimos ejecutivos españoles automanipulándose el PC o como se llame eso, el timbre de un móvil que llama y cien manos masculinas o femeninas que se rebuscan el aparato entre las ropas...
¡Jo, eso si que es viajar!
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