_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un año después del crimen, ¿quién mató a Rabin?

Desde luego no fue la derecha israelí la que, hoy hace un año, mató a Rabin. Ni el Likud, ni los colonos de CisJordania, ni la comunidad ortodoxa judía, ni los halcones. Pero las palabras de odio que se pronunciaron contra Ra-bin procedían de representantes de estas tendencias, mientras que algunos de sus líderes, que podrían haber contenido la oleada anti-Rabin, prefirieron instigarla. Y ahora, aparentemente se ha aplazado el examen de conciencia que tanta falta hace: parece que tienen asuntos más urgentes que atender.En realidad, muchos de estos líderes tienen un objetivo y sólo uno: la idea de un Gran Israel. En nombre de esta idea, algunos de ellos han pintado la paz con los colores del desastre y han convertido el debate público sobre la paz en una caza de traidores. Pero no, ésta no es la gente que asesinó a Rabin. Éstos son gente muy religiosa.

La gran mayoría de la población de Israel desea, con algunas condiciones, establecer un acuerdo histórico con los palestinos y dividir el país en dos entidades nacionales. Conscientes de ello, algunos de los intransigentes partidarios de la ideología del Gran Israel se han cambiado ahora de chaqueta. Pretenden ser los guardianes de la seguridad de Israel y los custodios de las violaciones palestinas de los acuerdos de Oslo. Sin embargo, es bien sabido que, aunque los acuerdos de Oslo hubieran proporcionado a Israel una paz ideal, sin una sola violación por parte palestina ni una víctima israelí, esta misma gente seguiría sosteniendo que no hay razón para hacer ningún tipo de concesión a los palestinos.

Este año, de abril a septiembre, hubo muy pocas violaciones de los acuerdos por parte de los palestinos, y éstas sólo provocaron un pequeño número de víctimas israelíes. Lleno de arrogancia, ese mismo grupo de devotos interpretó esa relativa calma como la luz verde para abrir el controvertido túnel de Jerusalén, llevar a cabo un nuevo despliegue en Hebrón e incrementar los asentamientos judíos en Cisjordania. La lógica intransigente que se esconde tras esto es la siguiente: ahora que todo está en calma en el frente palestino, ¿por qué concederles nada? ¿Por qué no quitarles, acre a acre, la tierra que todavía les pertenece? Y si lafrustración de los palestinos provoca un violento estallido de odio, es seguro que no conseguirán ni un solo milímetro por apuntamos con sus pistolas. Sin embargo, aun siendo inflexibles, no fueron los partidarios del Gran Israel los responsables del asesinato de Rabin. Éstos son gente muy religiosa.

Durante 30 años, los elementos fundamentalistas pertenecientes al bando de los halcones del espectro político israelí han estado reduciendo el judaísmo a la ritualización de los Santos Lugares. Un coro de furiosos rabinos, que jamás se han preocupado de pronunciar una sola palabra de moralidad judía sobre el hambre o la falta de vivienda de la sociedad, sobre sus mujeres maltratadas, sobre su justicia o injusticia, o sobre su compasión, han constreñido la idiosincrasiajudía a los santos sepulcros de los patriarcas. Ellos pueden muy bien ser los responsables de apartar a toda una generación de israelíes de su propia condición de judíos, pero no son culpables de haber matado a Rabin. Después de todo, son gente auténticamente religiosa.

Por supuesto, sólo el propio asesino y sus cómplices son culpables de asesinar a Rabin. Nadie más. Con todo, la incitación al magnicidio puede haber surgido perfectamente del templo de Kiryat Arba, erigido en memoria de otro asesino judío, Baruch Goldstein, que murió tras matar a 30 árabes religiosos, y se ha convertido en el héroe de una secta religiosa ultranacionalista. Esta secta rinde culto a la memoria de Goldstein y organiza peregrinaciones a su tumba, donde se ha construido un monumento, en lo que probablemente es "suelo público". Al asesino de Rabin le habría resultado fácil llegar a la conclusión -mientras maquinaba su crimen de que él, como Goldstein, sería elevado a los altares. Y de que, al matar a Rabin, también alcanzaría una especie de santidad, "en nombre del Gran Israel".

No, los partidarios del Gran Israel no están relacionados con la muerte de Rabin: al fin y al cabo, son gente muy religiosa. No obstante, algunos de ellos son responsables de extender la monstruosa idea de que todos los medios son sagrados con tal de lograr el Gran Israel. Un fin que justifica todos los medios no es un fin, sino una obsesión perversa. Y esta particular obsesión se cierne todavía sobre el monumento al asesino de Hebrón, así como sobre otros lugares dondese inculca a la gente que para alcanzar la causa sagrada del Gran Israel, todo vale. Allí permanece ese templo ultrajante, día tras día, hora tras hora, atrayendo a beatos y peregrinos, como aprobación del asesinato de Rabin e incitación a que se siga derramando sangre inocente. El culto a Goldstein debe ser prohibido, sin más demora.

Si, tras la masacre de inocentes perpetrada por Goldstein, todos los sabios de la Tora, el conjunto del clero judío, y todos los rabinos se hubieran mostrado unánimes en excomulgar y exorcizar su culto, en borrar su nombre y su recuerdo, es posible que Isaac Rabin siguiera hoy entre nosotros. Por desgracia, algunos rabinos parecen haber convertido a Rabin, y no a Goldstein, en el blanco de la condena religiosa y de una violenta excomunión. Esto ha ocurrido, tal vez, porque alguna de esa gente tan religiosa son más devotos del Gran Israel que del sexto mandamiento.

Ha pasado un año desde la muerte de Rabin. Todos le lloramos y después volvimos a nuestra vida cotidiana, convencidos de que Rabin había dado su vida por la paz. Estábamos equivocados: Rabin murió en -la batalla por saber quiénes somos y qué es realmente esta nación.

Es cierto que para las generaciones anteriores las tumbas santas de la Tierra de Israel eran segmentos simbólicos del sentido de identidad judía. Tal un día vuelvan a ser contempladas de la misma forma. Pero por ahora, los fundamentalistas judíos han logrado que estos sepulcros, de símbolos de nuestra idiosincrasia pasen a ser una oscura amenaza para nuestra identidad colectiva. Al ondear banderas con vehemencia sobre antiguas tumbas, esta gente no duda en provocar que sea necesario cavar tumbas nuevas.

Isaac Rabin murió porque dio -y nos animó a dar- la espalda a las tumbas. Optó por una vida acorde con la Tora, que nos dicta que elijamos siempre la vida.

No glorifiquemos la memoria de Rabin, ni su tumba. Glorifiquemos la vida, la justicia, la libertad, la razón y el realismo: porque fue por estos valores por los que Rabin vivió y murió.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_