NOBEL DE LA PAZ CON SABOR SANTANDERINO
A sus 73 años, el padre José Luis Rodríguez sigue siendo más guapo que el cura de El pájaro espino, y se le nota contento. Tiene motivos. En cierto sentido, el Premio Nobel de la Paz concedido a monseñor Carlos Ximenes Belo también viajó a Santander, donde el padre Rodríguez dirige la oficina de Misiones Jesuitas. De su estancia de 10 años en la isla de Timor son sus más queridos recuerdos. La vida en el país de Indonesia era difícil en 1960. Un dato para los amantes de estadísticas: había un médico para 450.000 habitantes, el total. "Viviendas de paja, sin suministro eléctrico ni agua corriente, no había carreteras, y los barcos se amarraban a los árboles de la orilla porque no había puerto", recuerda el padre Rodríguez. Por eso sonreía cuando leyó del puño del duque de Braganza que el flamante Nobel de la Paz, monseñor Ximenes Belo, pertenece a la familia real timorense: no existe. "Puede pertenecer a alguna de las numerosas familias de liurais -jefes de las comarcas indígenas-, pero su padre era enfermero, y su infancia fue humilde". Ximenes Belo era uno más de los niños que estudiaban en el colegio de los jesuitas, el único del país. Durante cinco años, el padre José Luis fue su profesor y guía espiritual, una relación estrecha que no se ha roto. Prueba de ello son las visitas del obispo a su consejero y la carta que llega cada año agradeciendo los turrones, como llama el obispo Belo a los dólares que el cántabro recolecta entre sus feligreses. Herido por la malaria en Timor, El Chino, como llaman sus compañeros a José Luis, ayuda ahora desde la retaguardia, y sufre con los timorenses los atropellos a los que les somete Indonesia. Nacido en Vispieres, cerca de las cuevas de Altamira, a este jesuita, que recibe las cartas del premio Nobel rubricadas con un "su discípulo", no le gusta hablar de méritos ni mecenazgos. "Hablen ustedes de la familia Oti Orisketa, que pagó sus estudios, y de monseñor Pablo Puente, de Colindres, que le propuso como obispo", indica.-
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