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Lébed, entre el 'sprint' y el maratón

Pilar Bonet

¿Repetirá el carismático general, Alexandr Lébed, el camino hacia el Kremlin que el actual presidente de Rusia, Borís Yeltsin, inició en el otoño de 1987, después de ser expulsado del centro neurálgico del poder soviético? Las opiniones de los analistas locales sobre el futuro del hombre más popular del país están divididas. Unos pronostican que no se recuperará ya del golpe recibido y otros que su defenestración será su principal capital. De la salud de Yeltsin, que acaba de inaugurar un segundo mandato, depende que la campaña electoral por la presidencia sea un maratón de cuatro años o un sprint de meses. Lébed se ha entrenado hasta ahora para el sprint, y su futuro deportivo estará en función de que elija la preparación adecuada a la competición en liza, pero no sólo de eso.Lo que suceda con el general Lébed a partir de ahora -y nada, ni siquiera el asesinato puede excluirse, según dicen sus partidarios- indicará cómo y hacia dónde ha cambiado la sociedad rusa, tras el derrumbamiento del comunismo y la introducción de una economía de mercado viciada. La política rusa hoy es más compleja que a fines de los años ochenta. Entonces, el entusiasmo popular apostaba por Yeltsin como símbolo de la lucha contra un sistema corrupto y se oponía a las directrices de un partido comunista que, sobre todo, fue víctima de su propia carcoma. Ahora, frente a una sociedad apática, mayoritariamente empobrecida por la reforma económica e impotente ante los impagos masivos de salarios, hay unos clanes políticos, en gran parte coincidentes con los del pasado, que se sostienen en el poder gracias a complicidades con círculos financieros privilegiados.

La campaña presidencial de Yeltsin contra una supuesta amenaza comunista -más peligrosa por su confusa política económica que por sus convicciones ideológicas-, demostró que conquistar al electorado cuesta hoy mucho dinero. La acción de los entusiastas no puede compararse con los efectos de las tecnologías publicitarias nuevas en Rusia, como las campañas de cartas personales, basadas en la colaboración -y que requerían las bases de datos informatizadas- de los organismos oficiales, como los responsables de empadronamiento, autoridades académicas, o asociaciones profesionales. Más de un veterano furibundamente antiyeltsinista, que hoy lleva meses sin cobrar su pensión, se conmovió el pasado mayo ante la amable misiva personal firmada por Yeltsin y enviada con el aparente motivo del 51º aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi.

La situación se ha complicado más todavía con la privatización de los medios de comunicación y el papel creciente que juegan en ellos los adversarios de Lébed. La empresa Gazprom, el monopolio del gas ruso, acaba de comprar el 20% de las acciones en Komsomólskaya Pravda, uno de los pocos diarios centrales que apoya al general, y antes había inyectado capital en la cadena de televisión privada NTV, cuyo principal propietario es el grupo financiero Most. Tanto NTV como el primer canal de la televisión pública subordinaron su política informativa a las necesidades electorales de Yeltsin y han atacado histéricamente a Lébed después de las elecciones. Todo indica que no van a pararse ahí. El día en que el general fue destituido como secretario del Consejo de Seguridad, ambas cadenas mostraron abundantes testimonios contra él. Uno de ellos fue el de Yuri Belíaiev, un nacionalista ruso de San Petersburgo que combatió con los serbios de Bosnia, y que ofreció su apoyo y el de sus seguidores a Lébed.

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La presencia de un político nacionalista y hasta cierto punto marginal como Belíaiev en la televisión indicaba una de las líneas de ataque contra Lébed que pueden ser desarrolladas en el futuro: la conexión con círculos nacionalistas y parafascistas rusos. La Iegión rusa", el cuerpo de élite que Lébed, según sus acusadores, quería formar para hacerse con el poder, es un buen punto de apoyo para comenzar, aunque Lébed no ha ocultado nunca u idea de crear un núcleo operativo vivo e integrado de las Fuerzas Armadas a partir de una selección de élite de diferentes cuerpos, que hoy están en proceso de descomposición.

Con su arrogancia, sus insultos gratuitos y sus planes fiscafizadores de la economía, Lébed ha facilitado la tarea a sus adversarios, entre los que se cuentan los círculos económicos que le ayudaron en su campaña electoral a partir de mayo, después de que el general diera en abril la señal de estar dispuesto a apoyar a Yeltsin en una segunda vuelta. En estos círculos prooccidentales, que se orientan hacia Anatoli Chubáis, el jefe del gabinete presidencial, han coexistido dos corrientes: unos veían a Lébed como un diamante en bruto susceptible de ser pulido con un tratamiento de economía liberal y otros le consideraban incapaz de abordar las complejidades de la economía moderna y de prometer un borrón y cuenta nueva tranquilizadores para todas las "irregularidades" ocurridas en la fase inicial de la transición.

Los que desconfiaban de la capacidad de adaptación de Lébed se alarmaron por la llegada al Consejo de Seguridad como responsable de asuntos económicos de Serguéi Glaziev, un economista antigubernamental que defiende un modelo de crecimiento basado en el proteccionismo de las industrias nacionales, incluidos el sector de defensa, aviación y automovilístico, y un mayor control sobre la penetración del capital internacional en la explotación del petróleo y las materias primas.

El Consejo de Seguridad, durante la permanencia de Lébed en él, llegó a un compromiso con el Gobierno en el frente económico. Por lo menos en lo que se refiere a no revisar el pasado septiembre la veintena de subastas de privatización de los bienes del Estado, que se realizaron a fines de 1995 en unas condiciones de escasa transparencia que beneficiaron a los bancos próximos al Gobierno, tales como Onexim-bank, que era dirigido por el actual primer vicejefe del Gobierno, Vladímir Potanin.

Lo que le ha costado el puesto a Lébed no ha sido su incapacidad de pactar en temas económicos, sino su deseo de hacerse rápidamente con el "paquete de control" de las acciones del Kremlin, mediante su alianza con Alexandr Korzhakov, el ex jefe de la Seguridad de Yeltsin. Bien administrados desde una posición de poder, los dossieres de Korzhakov sobre el sistema de complicidades político-económicas de la élite pueden causar bastantes quebraderos de cabeza a los dirigentes del Estado, aunque conviene tener en cuenta que la opinión pública rusa da por sentado a priori que los que mandan, necesariamente roban. La indiferencia popular se hace extensiva al fiscal general del Estado, Yuri Skurátov, un paisano de Yeltsin, que parece estar al frente de un agujero negro donde se extravían los expedientes susceptibles de tener consecuencias políticas. En la cárcel, encausados en procesos difíciles de seguir, están hoy algunos personajes que participaron en las primeras intrigas poscomunistas del Kremlin contra el ex vicepresidente de Rusia, Alexandr Rutskói, tales como el ex fiscal general del Estado, Alexéi lliushenko, y Dmitri Yakubovski, este último acusado de robar manuscritos antiguos.

Administrados desde la calle, sin tribuna en los medios de comunicación y sin fiscalía que los quiera, los dossieres de Korzhakov pueden dejar de cotizarse, mucho más si sus poseedores han sido enfangados previamente, de acuerdo con las tradiciones soviéticas del kompromat (documentos comprometedores). A esta tarea se ha aplicado el ministro del Interior de Rusia, Anatoli Kulikov, que ha acusado a Lébed de colaborar con delincuentes y de tratar de dar un golpe de Estado con una estructura armada paralela. Tras el kompromat dramático del ministro se esconden unos intereses corporativos prosaicos que tienen que ver con la reforma militar y la distribución de los inevitables recortes de efectivos y presupuestos entre todos los departamentos armados. El Ministerio de Defensa tiene un millón y medio de hombres armados, y el Ministerio del Interior es uno de los otros 23 ministerios e instituciones rusas que no se someten al Estado Mayor y que en conjunto tienen más hombres armados que el Ministerio de Defensa. La lucha de los intereses corporativos, que ha paralizado la reforma militar, es una de las causas de la desastrosa intervención rusa en la República de Chechenia.

Lébed no va a organizar una sublevación contra el Kremlin, pero puede beneficiarse electoralmente del malestar en los cuarteles, aunque también puede alejar de sí a parte de sus seguidores si convierte en su principal apoyo a los militares, ya sea en los que están en activo o los marginados en paro, humillados económica y moralmente y por tanto dispuestos a acciones desesperadas. Pero si las indefiniciones del poder político continúan y a la creciente crisis económica y a la bola de nieve de los salarios no pagados, se suman las decisiones estratégicas aplazadas, Lébed, sin quererlo, puede verse reclamado desde distintos puntos del territorio ex soviético para dirigir aventuras arriesgadas. Quienes aprovecharon a Lébed en la campaña electoral de Yeltsin y le abandonaron después confían hoy en que nadie se atreverá a subvencionar aventuras de extraños. El Kremlin y sus círculos financieros allegados tienen poderosos instrumentos disuasivos.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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