Alejandro Dumas resucitó para cenar en Barcelona
Fue el pasado día 10 de este mes de octubre: Alexandre Dumas, el monstruo francés que se hizo eterno con Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, quiso recordarle al mundo una de sus máximas: "Solamente podemos disfrutar completamente de algo si con ello hemos proporcionado placer a otros". Dumas escribió en las postrimerías de su vida de ogro de todo El gran diccionario de la cocina, de 1.152 páginas, que, poco ha, fue reeditada en Francia en cinco volúmenes. Y ahora, 125 años después de su muerte, aupado por la marca Montblanc como símbolo del arte de la escritura, se escaqueó de su tumba para reaparecer en Barcelona representado por una selección de las recetas que dieron cuerpo y alma y ensoñación al menú que un grupo de privilegiados degustó la semana última en el restaurante del que se nombra como su chef y dueño Jean Luc Figueras, nacido en Francia de padre catalán y oficiante ahora en la capital de Ronaldo, en la calle Santa Teresa, 10, donde la cocina catalana/mediterránea es de ley y donde el rodaballo con salsa de pistachos frescos y menta sobresalen y donde vinos de todo el mundo entonan el saber de los sabios y la factura media de unas 7.000 pesetas.El menú del siglo, de Dumas, inspiró la devoción: cinco entrantes como el paté de faisán; siete platos, siete, como el bogavante a la americana y el pato a las aceitunas. Los postres recrearon la exquisitez de los vivos: savarín al ron y pastelillos de aquella época. Ante los vinos, los ojos y la nariz y los labios y el corazón guardaron un segundo de silencio, sobre todo cuando apareció sobre la mesa un borgoña de añada de 1990, después de haber entronizado en las papillas una copa de Bolliger, el champán brut de añada especial bautizado en la misma Champaña como el vino burbujeante que más sabe a vino. De este apartado dio razones y sabiduría Joaquim Vila, hombre que se hizo arquitecto para reconvertirse en redactor jefe y amo de la Viniteca, la más grande fábula (depósito quiere decirse) de vinos y licores de todo el mundo, en Barcelona, en la calle Agullers, 7 y 9.
¿Cuando, en España, los escritores, escritorzuelos, periodistas de toda calaña y otros presuntos intelectuales se enterarán de que el vino (y la comida), con sabiduría, no son tonterías despreciables? En estos mismos momentos, un español, biólogo, Pau Roca, libra una batalla gigantesca, aupado a fondo por la ministra Loyola de Palacio y por Rodrigo Rato y Abel Matutes para sentarse en el sillón de director general de la Oficina Internacional de la Viña y del Vino (OVI). Este organismo intergubernamental fue fundado en 1924 y, hasta el día de la fecha, lo ha manipulado Francia. Por primera vez, el español Pau se enfrenta al actual director general, Georges Dutruc, con posibilidades de arrebatar el mando de lo que se considera como la ONU del vino. El próximo 15 de noviembre se celebrará la elección en El Cabo (Suráfrica). Los 45 países que integran la OVI es posible que sitúen a Pau ante las dos urgencias del organismo: defender el vino y su identidad en las negociaciones internacionales, como las del GATT, y elevar el vino a la categoría de muralla contra el alcoholismo.
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