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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estabilidad sin rigidez

A ESPAÑA le interesa una Unión Económica y Monetaria (UEM) estable desde el momento en que ha decidido entrar plenamente en ella. Sería absurdo haber hecho el esfuerzo de convergencia para entrar y, una vez dentro, diverger. Por ello, la idea de un pacto de estabilidad para el buen funcionamiento de la UEM resulta razonable. No lo es tanto el contenido que baraja Alemania, y que hoy debe concretar la Comisión Europea, ya que generaría un exceso de rigidez en el funcionamiento de algunas economías -las más débiles- una vez que el euro entre en funcionamiento.Que los ministros de Economía hayan entrado a discutir este asunto indica que la posibilidad de una unión monetaria amplia, que incluya a España, Portugal o incluso Italia, se ha abierto paso este verano. La semana pasada, el presidente del Bundesbank advirtió que los países no deben llegar con la lengua fuera a la cita con el euro en 1999, previo examen de selectividad en 1998. Alemania ha advertido, con mentalidad de jefe de la tribu, que examinará con lupa las cuentas de algunos socios que han hecho milagros con la contabilidad creativa (retrasar gastos a otros ejercicios). Bonn, que también ha utilizado sus propios trucos, dirige este mensaje especialmente a Francia, pero también a España. Si Alemania, verdadero líder del proceso, no considera coherente el proceso de convergencia, se resistirá a cambiar un buen marco -su principal activo- por un mal euro; los países más sólidos buscan signos de autoconfianza en la actuación futura de las economías menos fiables.

Los criterios de convergencia de déficit público (tope de un 3% del PIB) y deuda (un 60% del PIB, como máximo) deben seguir respetándose como tendencia, dentro de la moneda única, para la buena adn-únistración. Pero exigir un equilibrio presupuestario (déficit cero) supondría renunciar a ejercer políticas anticíclicas en periodos de recesión; no es lo mismo tener un 1% de déficit en la reactivación que en tiempo de crisis. Además, países como España y los del sur de Europa necesitan aún un importante esfuerzo en inversión pública e infraestructuras si no quieren alejarse de los más desarrollados y, por tanto, de la convergencia real.

Se deberían buscar, pues, alternativas, ya dentro de la UEM, como reforzar el Fondo de Cohesión para Inversiones en infraestructuras y medio ambiente, una manera de reducir las distancias entre el norte y el sur de la UE. Es una opción lógica, de continuidad con la línea de Maastricht de compensación de sacrificios y ventajas, pero que en las actuales circunstancias políticas y económicas de Europa es poco viable. Otra posibilidad sería facilitar dentro de la estabilidad excepciones temporales en materia de deuda y déficit, siempre que los gastos suplementarios se dedicaran a inversiones de futuro, y no a gastos corrientes.

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La UEM debe permitir ajustes más apropiados a los ciclos económicos particulares de cada país. Las condiciones contempladas hasta ahora para el pacto -de estabilidad -que deben seguir siendo negociadas- son muy rígidas (no permitir programas anticíclicos hasta que la recesión se haya traducido en un encogimiento real de la economía de 1,5% del PIB durante un año, o sanciones de hasta un 1% del PIB por incumplimientos, etcétera) y en algunos casos podrían ser contraproducentes. Medidas como éstas, de hacerse efectivas, podrían provocar tal exceso de rigidez que diera al traste con el proyecto de la moneda única, al verse los países más afectados obligados a escoger entre salir o sufrir.

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