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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un ruso en la OTAN

LA ACOGIDA deparada por la OTAN al secretario general del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa indica claramente que la Alianza apuesta por Lébed, si no como caballo ganador, sí al menos como colocado en la carrera de la sucesión, más tarde o más temprano, de Yeltsin. ¿Apuesta también la OTAN por Rusia? Sí, pero con dudas. La integración de Rusia -y de Ucrania- en el nuevo esquema de seguridad europea que se está fraguando es uno de los grandes retos. Pero debería resolverse evitando que surjan lo que el Rey ha llamado "nuevas líneas divisorías".La elección de la sede de la OTAN para su primera salida a Occidente refleja la importancia que otorga Lébed a la evolución de la Alianza Atlántica y a las relaciones de Moscú con ella. De los dirigentes rusos, él es de los que más habla de cooperación con la OTAN y el que menor resistencia ofrece a su ampliación a Centroeuropa, aunque exprese serias preocupaciones rusas.

Esta ampliación plantea grandes problemas de forma y de fondo. De forma, porque la OTAN no puede aceptar que desde el exterior se le imponga un veto ruso -o una amenaza- sobre sus decisiones o sobre su calendario. Las palabras de Lébed en Bruselas admitiendo que Rusia no bloquearía una ampliación de la OTAN, aunque se desconozca su representatividad real, suponen un nuevo avance en las formas. En todo caso, la oposición frontal a la ampliación de la OTAN, más que impedirla, restaría a Rusia capacidad de influencia sobre la nueva estructuración de la seguridad europea.

Intentar una relación fructífera entre la OTAN y Rusia es más importante para los intereses generales europeos que una apresurada ampliación de la Alianza. No está, además, garantizado que dicha ampliación suponga un plus de seguridad para los actuales aliados o para el conjunto de Europa. Ni siquiera para los candidatos. Por el contrario, podría provocar un grado superior de inseguridad, bien por una posible reacción rusa -pese a que ya no podría ser una vuelta a la guerra fría-, bien por un sentimiento de abandono -pese a la cooperación en el ámbito de la UEO o de la Asociación para la Paz- por parte de los Estados europeos que no entren. Entre ellos figura en lugar destacado Ucrania (52 millones de habitantes), un país que ha renunciado ejemplarmente a las armas nucleares, lo que no es óbice para que su presidente, Leónid Kuchina, haya considerado, con razón, durante su visita a España que la ampliación de la OTAN debe "tener en cuenta los intereses de todos los países europeos".

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La OTAN debe afanarse por diseñar una mejor estructura de cooperación con Rusia sin plantear de momento su entrada. Ésta se basa en un compromiso semiautomático de defensa mutua contra ataques de terceros, que se vería en entredicho ante los problemas que tiene la Federación Rusa en su seno o en su vecindad. Una carta o un acuerdo bilateral, posibilidad que barajan ambas partes, sería un paso razonable. De hecho, la cooperación ya ha dado frutos en Bosnia, donde fuerzas rusas están bajo mando de la OTAN, y cuentan con un oficial de enlace en el cuartel general aliado en Bélgica.

Ahora bien, la OTAN no puede subordinar su transformación a la secuencia que pretende Yeltsin -reforma de la OTAN, acuerdo con Rusia y ampliación-, entre otras razones, por el alto grado de incertidumbre en que se mueve la vida política rusa. Incertidumbre que contribuye a la permanencia de la OTAN.

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