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Pero esto ¿no era el centro?

En su reciente mitin, destinado en parte a celebrar su pasada victoria electoral y, en parte también, a ponerla a buen resguardo cuando ya han comenzado las inclemencias, José María Aznar concluyó con una cita más bien inhabitual, por lo poco conocida. Pertenece a un artículo de Salvador de Madariaga, publicado en el diario madrileño Ahora en marzo de 1935. Conviene transcribirla íntegramente: "No en vano se habla de la nave del Estado. Lo más avanzado de la nave, con lo que corta las aguas de la historia es la proa. Y la proa no está a babor ni a estribor sino en el centro. Estado sin centro, nave sin proa". Como invocación erudita a una posición en el espectro político no está nada mal. Otra cosa es que guste a todos -esa misma noche recibió el varapalo de Jiménez Losantos- y aun otra que se sepa en qué consiste o cómo se practica este centrismo.Porque lo que suele suceder en España es que todo el mundo parece de acuerdo en que la relación entre los partidos se mueve dentro de un espectro central hasta que a alguien se le calienta la lengua y desbarra. Cuando se hace una cita viene bien conocer el contexto. Dos semanas después de publicado el artículo que valió para la cita del presidente, Madariaga publicó otro en el mismo órgano de prensa con idéntico propósio en el que se contenían estos párrafos: "Claro que se hace uno más célebre y le aplauden más en los mítines si va uno a azuzar y a decir muera esto y viva lo otro y a plantar de antítesis de blanco a negro ante los ojos del pueblo, poco hecho a matizar. Pero por ahí no se crea una España grande y fuerte, con un pueblo sano y vigoroso; una cultura fecunda y una pujanza nacional que permita a España representar en el mundo el papel -de tanta responsabilidad y nobleza- que su destino demanda". Madariaga concluía que "estas polarizaciones mutuas, esta elevación mutua de las dos electricidades por mutua atracción, se efectúa hacia abajo; eleva las temperaturas de las respectivas pasiones". Pues bien, esto es lo que, de manera exacta y precisa, ha hecho en Mérida el vicepresidente del Gobierno hace unos días.

No es la primera vez que se expresa en parecidos términos y no basta, por tanto, atribuir tales salidas de tono a que le caracterice la sutileza de un paquidermo. En cualquier momento esa declaración hubiera sido inoportuna; en labios de quien ahora ocupa ese puesto es gravísima. Su mención al "terrorismo de bodeguilla" resulta, por cierto, innecesaria pues ya Aznar había matizado su anterior postura que alguno hubiera podido considerar impunista. La incapacidad para pedir perdón tras la tremenda metedura de pata se ha completado con el agravante de elevarla nada menos que a "doctrina". Y, para acabar de completar el panorama, la identificación que ha hecho Fraga del asesinato de Calvo Sotelo con el terrorismo de Estado ha acabado de remitirnos a los años treinta. Esta adjudicación de un asesinato no es sólo un error histórico sino una agresión a la mitad de los españoles que vota izquierda.

Liquidado este incidente conviene que no se repita, y para ello habría que profundizar algo más en lo que se puede ir observando sobre el comportamiento del PP en el Gobierno. Parece evidente que en él hay, en efecto, centro, y me parece que los mejores activos en la labor gubernamental se deben localizar ahí (Mayor, Arias Salgado, Rato ... ). Pero, en realidad, más bien el partido popular obedece a un modelo de comportamiento que coincide con lo que Pannebianco o Klaus von Beyrne han denominado como "partido profesional-electoral" o "partido posmoderno".

Este género de partido es el producto de una sucesiva transfiguración del modelo de partido de masas, surgido después de la II Guerra Mundial, y del posterior partido "de integración" o catch-all. El componente ideológico se ha convertido en él en algo más bien remoto a base de intentar atraer a todo el electorado. Pueden tener una afiliación amplia, pero ésta resulta cada vez menos determinante del rumbo propio, sino que sirve tan sólo de acompañante. El partido posmoderno, mucho más que convertirse en instrumento de participación o medio para determinar una política gubernamental -que dependerá de las alianzas y aún ,más de,las encuestas de opinión- sirve como procedimiento para reclutar una minoría dirigente, siempre estrictamente fiel a un líder.

Partidos posmodernos han sido muchos de los surgidos en el Este de Europa tras la transición del comunismo, pero empiezan a serlo tendencialmente muchos otros en la Europa occidental. Se trata de partidos que tienen a su favor muchas de las circunstancias que se dan en la política actual (desalineamiento del elector, abundancia de información, carencia de confrontación ideológica... ), pero tienen también inconvenientes. Citemos algunos. El vacío de identidad ideológica le puede hacer llegar a todos, pero evita saber a quién representa de forma estable. En el posmoderno, la ley de bronce de la oligarquización de los partidos llega al máximo, de tal modo que la dirección puede estar formada por un grupo clientelista, personalista o simplemente de amigos, y por ello mismo resulta muy cohesionada, pero en el declive ante la opinión pública el bronce se puede convertir en frágil hojalata. La profesionalización de la política también llega al máximo en un "partido posmoderno". En la biografía oficial de un Kohl todavía se narran los 10 años de su vida que dedicó a trabajar en un instituto de formación o asesorando empresas. En muchos de los ministros españoles actuales sería imposible encontrar otra dedicación que la política, y eso, por otra parte, tampoco indica especialización. Con el PP se es ministro porque la imagen individual resulta apropiada en una fotografía de conjunto. El partido posmoderno puede, en fin, ser mínimo en cuanto a ideología, pero es, al mismo tiempo, máximo en lo que respecta a penetración en el Estado, los organismos semipúblicos o las empresas estatales. Todas estas disfunciones sin duda pueden ser peligrosas a medio plazo para su eficacia en la gestión y para su misma perduración en el poder.

En el PP gobernante esos rasgos se han hecho patentes, y han venido acompañados por el imprescindible aprendizaje de quien estaba justifica-

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Javier Tusell es historiador.

Pero esto ¿no era el centro?

Viene de la página anteriordo por razones biográficas que no supiera. Esa me parece una interpretación más certera que la del aparente adanismo que lleva a descubrir Mediterráneos cada mañana. Pero lo que ahora interesa es que choca frontalmente con esa posmodernidad del PP una política muy ideológica o basada en la confrontación radical y a fondo. Se entiende que. todo político quiera tener una especie de ángel malo para uso contra el adversario. No es necesario recurrir a Guerra parajustificarlo. En la derecha española Cierva, del que decía Ortega que con su garrote murciano venía a ser una versión en rústica del derechismo de Maura, fue un buen ejemplo de esa utilidad.

Pero en el caso de Alvarez Cascos hay un error de planteamiento. Sería quizá funcional un ángel malo para el Gobierno, capaz de inventar chascarrillos hirientes de los adversarios políticos. Lo que, en cambio, es radicalmente incompatible con el centro -que uno desearía ver más representado en el Gobierno- y también con la posmodenuidad practicada por los más jóvenes (y más vacuos) del PP es ese género de confrontación que, insensata e inútilmente, nos remite a los años treinta, momento en que, en efecto, los políticos se acusaban de cometer delitos (y lo peor es que con algún fundamento). Bien pensado, lo de Álvarez Cascos ha sido peor que una metedura de pata. Ha sido una radical incongruencia con la realidad de su partido y con las declaraciones de su presidente.

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