30 segundos para olvidar
Jesús Carballo se sube de nuevo a la barra tras su caída en los Juegos de Atlanta
En la sala de entrenamiento del Georgia Dome de Atlanta los gimnastas finalistas de barra fija están realizando los ejercicios de calentamiento. Hay un silencio sepulcral. Los ocho se miran de reojo pero, salvo un escueto "suerte", no se cruzan palabra. Jesús Carballo mira a sus rivales con admiración. No se puede creer lo que le pasa: está a punto de lograr una medalla en los Juegos Olímpicos. Y entre sus rivales se encuentran el ruso Nemov y el ucranio Scherbo, dos de los gimnastas que más admira. Son las once de la noche en Atlanta. Las cinco de la madrugada en España. "Estaba bastante tranquilo. Bueno, sólo un poco tenso porque quería que la competición comenzara cuanto antes. En mi cabeza repetía una y otra vez el ejercicio. Estaba, sobre todo, obsesionado con clavar la salida. Esa era la parte que más temía". Jesús Carballo recuerda 60 días después qué sucedió la noche que rozó el oro olímpico. Acaba de regresar hace sólo un par de horas al gimnasio Moscardó. Una gripe le ha postrado en la cama una semana. Su voz suena gangosa y le duele el cuerpo. Pero más le duele recordar."Sabía que tenía posibilidades. Acababa de ganar el Mundial y si estaba allí con los mejores.... Fue en la primera suelta, no cogí bien el clavo, intenté agarrarme a la barra, pero cedió, se me fue la mano, y caí. Me quedé de piedra. Pensé: tierra, trágame. Miré alrededor y vi a Marco Antonio, mi entrenador, que tenía una cara de susto como la mía. Me dijo: "Tranquilo". Pero ninguno lo estábamos. Me subí de nuevo a la barra. Sabía que estaba todo perdido, aún así quería clavar el ejercicio". Y Carballo lo clavó. Hizo 9.350, que unidos a los 0.50 de penalización por la caída le habrían proporcionado los 9.850 que dieron el oro al alemán Wecker.
"Al primero que ví nada más salir de la pista fue a mi padre". De nuevo hubo palabras de aliento: "Eso le pasa a cualquier gimnasta", le dijo Carballo padre. Todas esas frases de consuelo y el gran recibimiento en el aeropuerto de Barajas, con pancartas y flores, le ayudaron a seguir adelante. Pero es difícil olvidar aquellos 30 segundos sobre la barra fija.
Al día siguiente, Televisión Española invitó a Jesús a sus estudios en Atlanta. "Me pusieron el vídeo. Lo paraban en el momento de la caída. Y, lo volvían a poner. Yo les decía: quitarlo, por favor. Era un martirio verlo una y otra vez. Sé que mi madre lo grabó y que la cinta está por mi casa, pero yo no creo que la vea nunca. Bueno, a lo mejor cuando gane una medalla me atreveré a ponerla".
Carballo ha vuelto a entrenarse. La meta se repite. Esta vez hay que preparar durante cuatro años los Juegos de Sidney. De nuevo horas y horas que se quedarán en 30 segundos. Para recuperar fuerzas se marchó 15 días a veranear con su familia. "Estuvimos en Galicia. No hice ni una sola flexión. Sólo de cuando en cuando corría por la playa con mi padre. Ahora ya estoy en el gimnasio".
Con Marco Antonio ya ha introducido algunos cambios en su ejercicio en la barra. Ahora, en lugar de un giro en la salida hará dos. "Cuanto más difícil mejor", dice. "En Atlanta me caí porque quizá di al ejercicio demasiada amplitud. Salí con demasiado ímpetu. Pero sé que tengo que arriesgarme para ganar una medalla".
Carballo, como todos los gimnastas, tiene una moral férrea que raya en el masoquismo. "Este deporte moldea el cuerpo y la meta. Te enseña a no rendirte. Cuando algo no te sale hay que intentarlo una y otra vez hasta que lo logras. Yo fallé. Ahora lo volveré a intentar. Soy joven. Por edad, los próximos Juegos son los míos. Será mi última oportunidad, porque con 25 años no creo que me queden fuerzas para seguir".
El sueño de Jesús y de Marco Antonio es clasificar un equipo para los Juegos. Él intentará mejorar en otros aparatos. Quiere ser un gimnasta más completo. Dentro de cuatro años sus hermanos, Javier y Manolo, tendrán edad para estar en la selección. Mientras Jesús recuerda aquel 31 de julio, Manolo llora desconsoladamente (le duelen las piernas y su entrenador le acaba de echar una bronca). Sus gemidos pasan inadvertidos en la sala. Las lágrimas son algo, corriente en la gimnasia.
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