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Casi en casa

Todavía recuerdo hasta el último detalle. El piso, o lo que diez minutos antes aún era un piso. Gente y humo. Trozos de cuerpos mezclados con muebles. Un bebé y su padre han muerto abrazados. La madre no ha tenido suerte: ha quedado viva. Intenta tirarse desde el décimo piso por el boquete que dejó la granada. Se limpia la cara manchada de sangre ¿es suya, o de su niña, o del marido? Dios sabrá. Ese fue mi último reportaje para la televisión de Sarajevo.Después, imposible tener ilusiones. Lo único que podía hacer era escapar de los malditos Balcanes, de una Bosnia abandonada por el mundo y por Dios.

Los primeros bosnios huyen. Y yo con ellos. Es 1992. De la noche a la mañana nos despertamos con un nuevo nombre: refugiados. Un cambio por dentro y por fuera. Conductas humildes, hacer cualquier cola para mantas, para harina... para todo. Los refugiados no preguntamos, no protestamos. Tampoco elegimos país: vamos a donde podemos.

España era uno de los últimos países europeos con fronteras abiertas a los refugiados. La acogida fue propia de reyes: flashes, frases, lágrimas. Un centenar de bosnios vinimos al colegio Numancia, de Leganés. Los numántinos, la mayoría madres con niños, hemos vivido más de 1.1 0 días de penas y alegrías encerrados en un colegio abandonado. Había una sola ventaja y muchas dificultades: con los únicos que no teníamos problemas era con los muertos del Cementerio Sur, que empezaba a 100 metros de Numancia.

Muchos días escapábamos a buscar el futuro. A buscar un trabajo. ¿Quién nos lo podría dar? La mejor solución era encontrar un amigo entre las familias españolas que se acercaban a vernos. Algunos lo consiguieron.

También había otro problema: sacar a nuestros maridos, atrapados en la guerra. Nos ha costado varios años lograrlo.

Ahora, la mayoría de los numantinos limpiamos casas y no tenemos contrato de trabajo. No nos quejamos. Está por debajo de nuestra educación, pero es más digno limpiar que pedir. Muchos no tenemos Seguridad Social y tenemos miedo de caer enfermos, porque no podríamos trabajar. Nos atienden en el ambulatorio de Leganés, pero si vamos fuera de ahí nos pasan una factura que no podemos pagar.

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Ahora luchamos por nuestros hijos, intentamos convalidar nuestros títulos, y peleamos por integrarnos totalmente en la sociedad española. El Numancia ya está derribado. Los últimos en salir (22 personas) lo abandonamos dañados, agresivos, algo paranoicos a veces. El tiempo nos ha dejado huellas en el rostro.

Ya estamos fuera. Salimos adelante como podemos. Si tuviéramos que elegir un país de refugio, volveríamos a España. Porque tiene buena gente, corazón, y conoce el sufrimiento. Siempre hay un amigo que reparte su fortuna, aunque sea poca, para ayudarte a seguir adelante. Y nunca saldrá en el periódico. Son muchos, un ejército. Y por difíciles que resulten las cosas, nos sentimos casi en casa.Snjezana Pejisic Avdic es periodista bosnia. Vive en Leganés.

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