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Reportaje:

Las tribulaciones del PRI

El partido oficial mexicano vias para seguir aferrado al poder despues de 67 años

Ya lo dice el refrán: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Por mucho que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ha ejercido el poder absoluto en México durante 67 años, se disfrace conropajes democráticos, su esencia autoritaria le sigue asomando por debajo del faldón. Así de patente ha quedado en el multitudinario congreso celebrado el pasado fin de semana en la capital del país.La XVII Asamblea Nacional se vendió como la "asamblea de la renovación", como el parteaguas que daría pie a un nuevo partido listo para entrar de lleno en el juego político limpio. No era para menos. El PRI tenía que lavar una imagen que anda últimamente por los suelos a raíz de los asesinatos políticos, la crisis económica de diciembre de 1994, el duro plan de ajuste y los escándalos de corrupción. Había que actuar rápido, porque 1997 trae bajo el brazo las elecciones legislativas y siete comicios estatales.

El resultado del congreso, sin embargo, no ha podido ser más desconcertante. La "renovación ha consistido, en realidad, en desempolvar los principios que fundamentaron la formación del partido tras la Revolución de 1910: el "nacionalismo revolucionario" (expresión hueca que ha dado cobertura, en estas siete décadas, a prácticas políticas completamente antagónicas), la justicia social y la soberania. Todo, eso sí, en compatibilidad con la "globalización". Conclusión: una vez más el PRI llena con retórica imprecisa un vacío ideológico -que antes colmaba cada seis años el presidente de turno. No en vano el partido oficial ha sido, en realidad, una enorme maquinaria de poder fundida con el Estado.

En cierta manera, la Asamblea ha sido la revancha de los políticos duros y de los poderosos sindicatos verticales contra el grupo de los tecnócratas formados en el extranjero que en los últimos 14 años han querido conducir a México por la senda del liberalismo económico. La ruptura con el estatismo populista tuvo dos consecuencias: el desplazamiento de la vieja guardia priísta, todavía muy activa, y la consolidación de la oposición de derecha e izquierda, que ha obligado a una democratización parcial de las reglas del juego. Por primera vez en su historia, el PRI se siente amenazado en su hegemonía política: después de nohaber conocido ninguna derrota electoral en los 60 primeros años, el partido oficial ha perdido cuatro gobiernos estatales y multitud de alcaldías en menos de una década.Este panorama ha exacerbado a los cuadros del partido, que ven en la tecnocracia (y en la democratización) la causa de su debilitamiento. La Asamblea ha sido el mejor foro para que los priístas, resentidos ventilaran sus frustraciones: gritos, insultos e intolerancia jalonaron las sesiones. Los delegados condenaron el "liberalismo social" del ex presidente Carlos Salinas, ahora el villano favorito, y rechazaron la privatización de la petroquímica. Apenas se plantearon la democratización interna. Sólo exigieron que el candidato presidencia¡ del PRI haya tenido una militancia de diez años y un cargo de elección popular. Eso sí, en cuanto el presidente Ernesto Zedillo, fiel seguidor de Salinas y de los dictados del libre mercado, se plantó en la tribuna y ratificó su "orgullo" de ser priísta, los mismos delegados se dejaron las manos aplaudiendo.Zedillo auguró que, el PRI será "la vanguardia de la democracia". Vistos los resultados de la asamblea y el apego del partido a los viejos hábitos autoritarios, todo parece indicar que la transición será entonces muy, muy larga.

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