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En memoria de Eugenio Asensio

Eugenio Asensio (1902-1996) era un hidalgo de aldea paseado por todo el mundo y por toda la literatura del mundo. Sabía todas las lenguas y no sólo había leído todos los libros: tenía, además, las primeras ediciones. "Muy antiguo y muy moderno"', se aposentó en Portugal y mantuvo sin esfuerzo una perspectiva creada siempre por los vientos más cosmopolitas. No quiso hacer carrera universitaria ni publicó sino por antojo o por sentido del deber. Deja un puñado de libros espléndidos y una obra dispersa no menos esencial sobre las tendencias intelectuales del Renacimiento en la península Ibérica, la poesía de la Edad Media, el entremés del Siglo de Oro o los mitos recientes de la historia de España. Quien se pregunte hoy por su talla de filólogo y estudioso de la literatura, habrá de pensar en Menéndez Pidal, Dámaso Alonso o María Rosa Lida.Vivió mucho (había nacido en Murieta, en Navarra, en 1902; ha muerto en Pamplona hace unos días) y vivió sin prisas, catando y saboreando libros, paisajes y vinos. La afición lo llevó primero a las lenguas clásicas, pero la facultad madrileña de Cejador (de quien alcanzó a ser ayudante) y el mismo Centro de Estudios Históricos se le quedaban chicos, y en cuanto pudo se plantó en París, y después, en 1930, en Berlín: el Berlín de Werner Jaeger y después, en 1930, en Berlín: el Berlín de Werner Jaeger y Paul Maas, a cuyas lecciones asistía, pero también de los poetas y los cafés, de las tensiones y los cabarets, que Eugenio pintaba con tanta perspicacia y amenidad como la novela de Isherwood.

La Guerra Civil le pilló en Filipinas, adonde había llegado dando el rodeo más largo que pudo, por el Transiberiano. A la vuelta, desdeñó la universidad de la época, y, en unos años en que los catedráticos de Enseñanza Media se llamaban Rafael Lapesa o José Manuel Blecua, optó por quedarse en el Instituto de Lisboa, libre de miserias y de compromisos, con tiempo para descubrir tesoros en las grandes bibliotecas europeas y comprarlos en los más recónditos anticuarios del continente.

Quizá nunca habría impreso una línea, si discutiendo una Nochebuena con Dámaso Alonso, su amigo fraternal no le hubiera pinchado: "¡No es lo mismo predicar que dar trigo!". Sólo desde entonces, a punto de entrar en la cincuentena, Asensio accedió a compartir con el común de los mortales el gigantesco saber que se había echado a las espaldas.

Casi como preludio, compareció en escena con un deslumbrante ensayo sobre el erasmismo y otras corrientes afines, cuyas orientaciones y datos inéditas replanteaban sustancialmente ni más ni menos que la obra maestra de Marcel Bataillon. Después, entre artículos, prólogos, reseñas que habrían bastado para encumbrar a cualquier investigador, vinieron Poética y realidad en el cancionero peninsular de la Edad Media, que renovaba los modos de entender nuestra tradición lírica; Itinerario del entremés, fascinante exploración por los arrabales del teatro barroco; unos fundamentales Estudios portugueses; o como coda, con una distancia y una lucidez que por fuerza habían de poder más que la pasión, una crítica maciza de La España imaginada de Américo Castro. Eugenio Asensio escribía en una prosa límpida y llena de gracia, donde el pormenor erudito, siempre nuevo, siempre exacto, abría ventanas a los grandes horizontes de la historia y se conjugaba con el infalible gusto literario y con la atención a las novedades más válidas de la crítica: él fue, sin ir más lejos, quien primero entre nosotros frecuentó a los formalistas rusos, y quizá el único que en 1957 podía hacerlo en la lengua original y traduciendo las citas de Pushkin en fluidos endecasílabos.

"Nunca persiguió la gloria" (al revés que la buena mesa), pero acabó por llegarle una mínima parte del reconocimiento que se le debía: la elección de honor en la Real Academia Española, el Premio Príncipe de Viana (que él, conservador, irónico, disfrutó particularmente porque lo ganaba como candidato de las izquierdas de su tierra), el doctorado por Lisboa, los volúmenes de homenaje... A los amigos nos había amenazado con retirarnos la palabra desde la otra vida si publicábamos en la prensa una necrología suya. No creo que se atreva a hacerlo. Pero, en el peor de los casos, son muchas las palabras de Eugenio Asensio, oídas y leídas, que nadie podrá quitarnos.

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