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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Medio centro zurdo

LA REFUNDACIÓN del laborismo impulsada por Tony Blair, una de las más ambiciosas y controvertidas de la izquierda europea, tiene un componente inglés -la urgencia por regresar al Gobierno después de tres lustros de hegemonía conservadora-, otro anglosajón -la particular impopularidad en esa cultura de las políticas que se identifican con el aumento de los impuestos- y un tercero europeo -la necesidad de adaptar el socialismo democrático de la II Internacional a un sistema en el que la clase obrera ha perdido su centralidad social Esa combinación de elementos ha llevado a Blair a apoyar a los miembros del laborismo que proponen la ruptura del secular vínculo orgánico con los sindicatos y al abandono incluso del término socialismo en el ideario del partido. Para buena parte de los electores, que hastiados de tantos años de gobiernos conservadores podrían llevar a Blair el próximo año al 10 de Downing Street, la palabra socialismo no se identifica tanto con el viejo ideal de justicia y solidaridad como con la memoria de una forma de gobernar consistente en recaudar muchos impuestos. La machacona propaganda liberal de estos años ha convencido además a muchos ciudadanos de clase media de que esos impuestos se obtienen de los sectores más dinámicos y productivos para despilfarrarlos en subvencionar a los más atrasados e improductivos.

¿Puede llegar la reconversión programática de Blair tan lejos que termine situándose en un terreno compartido con el ala izquierda de los conservadores? Es muy posible. Al otro lado del Atlántico, Clinton, por razones en parte similares, ha llevado a los demócratas a ocupar un lugar que no les distingue demasiado de los ahora escasos republicanos progresistas; y es precisamente eso lo que le permite contemplar con optimismo la cita electoral del próximo noviembre. En todas las grandes democracias occidentales las batallas se están librando en el centro del espectro político, lo que obliga a los partidos tradicionales de derecha e izquierda a tener que afilar sus aristas y a asemejarse cada vez más.

Blair quiere colocarse en el centro-izquierda. El primer componente de esa ecuación -el centro- implica asumir temas como la seguridad ciudadana y la congelación o reducción de la presión fiscal, que hasta el presente tendía a monopolizar la derecha; el segundo -la izquierda- le lleva a prometer una mayor energía en la lucha contra el paro, el mantenimiento del Estado del bienestar y un mayor compromiso con Europa.

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Blair rechaza las nacionalizaciones y añade que la misión del Estado no es tanto Conceder subsidios indefinidos como generar, a través de la modernización de las infraestructuras y de la educación públicas, riqueza para todos. Defiende que no sólo las élites se beneficien de las nuevas tecnologías de la comunicación. Blair sueña con un Reino Unido en que cada niño -por pobre que sea su familia-, cada escuela y cada hospital dispongan de ordenadores conectados con las autopistas mundiales de la información. Ése es, afirma, el reto de los progresistas británicos en el alba del siglo XXI.

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