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Un indeseable

El alcalde de Calonge, una población de la Costa Brava, denuncia la presencia de inmigrantes "no deseables", que causan graves problemas de seguridad. El alcalde, tan nacionalista como el resto de colegas que han pronunciado palabras similares en Roses o en Palafrugell, utiliza el eufemismo que le aconseja su mala conciencia y se abstiene de llamarles indeseables. Probablemente no sabe que esa palabra tiene un vigoroso pedigrí: un indeseable, según antiguas definiciones, es una persona, principalmente extranjera, cuya presencia en un país se considera peligrosa. La corrección política, aliada por una vez con el uso, ha eliminado ese matiz foráneo de los diccionarios modernos. El eufemismo del alcalde, sin embargo, es útil porque hace muy visibles las diferencias entre lo que es deseable y no de los extranjeros. Yo creo, efectivamente, que los extranjeros tienen peligros. Para empezar, son pobres, algunos son paupérrimos, y hay pobres que se empeñan en dejar de serlo a toda costa y a cualquier precio. Luego, los extranjeros desprenden eso que en catalán se llama una fortor (olor fuerte): en sus costumbres, en sus condimentos, en su piel, en sus leyes, que choca con lo aquí establecido. Pero también tienen ventajas indiscutibles: la principal es que uno puede arreglar con ellos los jardines y los salones de sus casas, y el asfalto, y recoger la basura de las calles a un precio que se aproxima mucho -lo consulté- a la mitad de lo que cobraría un indígena.La distinción entre extranjeros buenos y malos es técnicamente imposible: para trabajar hay que manchar. Por supuesto, es también moralmente indeseable. Pero ese argumento lo veo flojo ante los alcaldes nacionalistas: si sus partidos llevan años distinguiendo entre catalanes buenos y malos, qué no van a hacer con los de fuera... Así, yo no les aconsejo que reflexionen desde la moral, sino desde el capmás (el precio global): yo creo que salen a cuenta.

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