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La tragedia de las equivocaciones

Tengo a la vista dos primeros volúmenes de las Obras de Albert Camus, publicadas ahora en Madrid al cuidado de José María Guelbenzu, por Alianza Editorial; y el repaso de esos textos me hace regresar, llevado por la imaginación y el recuerdo, a aquel Buenos Aires de los años cuarenta, intelectualmente tan vivaz, y tan apasionado por las peripecias del existencialismo literario francés en boga por entonces. Abusando quizá del privilegio que me confiere el título de superviviente por antonomasia que muy delicadamente me reconoció aquí mismo hace días Patxo Unzueta, voy a permitirme evocar para aquellos lectores a quienes pudiera interesar, y en particular para Guelbenzu, a quien sin duda interesará, algún detalle vivido por mí durante aquellos años en relación con las obras de Camus y, más en concreto, con su drama Le malentendu. Se trata, por supuesto, de una mínima nota a pie de página para la historia literaria de este que ya muy pronto será el siglo pasado.Cuando, en 1944, se estrenó esa pieza teatral de Camus, corrió el rumor enseguida de que el argumento de Le malentendu se basaba sobre un suceso real: su autor lo habría sacado de una noticia periodística. Las peculiarísimas circunstancias de un asesinato en el que, por notable coincidencia, crimen y castigo estaban concentrados en la misma acción, de modo tal que la penitencia iba implícita en el pecado mismo, debió de haber impresionado mucho al joven escritor, que por entonces preparaba su primer libro. En efecto, al darse a conocer El malentendido, todos pudimos recordar cómo Meursault, el protagonista de la novela L'étranger (1942), habla acerca de un pedazo de periódico viejo que había encontrado, leído y releído obsesivamente en su celda de la prisión. "Relataba -dice- un suceso cuyo comienzo faltaba, pero que había debido de acontecer en Checoslovaquia. Un hombre había salido de una aldea checa para hacer fortuna. Al cabo de veinticinco años había regresado, rico, con su mujer y un niño. Su madre regentaba un hotel con su hermana en la aldea natal. Para darles una sorpresa, dejó a su mujer y a su hijo en otro alojamiento, y fue al hotel de su madre, quien no le reconoció a u entrada. Por broma, se le ocurrió la idea de tomar una habitación. Había mostrado su dinero. Durante la noche, su madre y su hermana lo asesinaron a martillazos para robarle, y arrojaron su cuerpo al río. Por la mañana vino la esposa y reveló sin darse cuenta la identidad del viajero. La madre se ahorcó. La hermana se arrojó a un pozo". Está ahí ya, en síntesis, pero cabal, la trama entera de la pieza teatral que dos años más tarde desarrollaría Camus en Le malentendu. Por lo tanto, era más que probable el origen comúnmente atribuido al asunto de la obra.

Desde luego, no es nada insólito -ni tampoco importa demasiado- que un sucedido real sacado de las páginas de un periódico haya servido de base para una invención poética, y a este respecto se menciona siempre el caso de Flaubert con su Madame Bovary, así como entre nosotros el de Lorca con sus Bodas de sangre. La cosa no tiene, como digo, importancia especial; pero en éste de Camus tuve yo la curiosidad, corrido el tiempo, de cerciorarme por el medio directo de preguntárselo a él mismo. Y así, en carta fechada el 30 de octubre de 1958, me puntualizaba el autor: "Leí el suceso que sirvió de argumento a Le malentendu en un periódico, hace casi veinte años. No sabría, pues, darle la referencia exacta. Se trataba de un diario francés, publicado en África del Norte. Añado que lo leí durante el verano, estación en que, como usted sabe, los periodistas suelen publicar informaciones enteramente inventadas". ¡Prudente cautela la suya! ¡E interesante caso!

Resultaría así que la obra poética -el drama de Camus- se basó esta vez en un suceso que él había tomado por verídico al leerlo en la prensa, pero del que, sin embargo, sospecharía- a posteriori que pudo haber sido, no la información de algo efectivamente ocurrido, sino fruto de la inventiva poética de algún periodista anónimo.

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿de dónde pudo sacar este supuesto currinche, a la desesperada por falta de material informativo, tan truculenta historia? Pues no se trata, desde luego, del repetido y trivial monstruo veraniego del lago Ness o de otro bulo o pintoresca e inverosímil serpiente de verano por el estilo. Tal duda había dormido en mi ánimo por algún tiempo, cuando hete aquí que mi aplicación de lector impenitente vino a procurarme cierto día la oportunidad de aportar al esclarecimiento de la cuestión un texto que, ¡seguro estoy!, a Camus le hubiera interesado mucho llegar a conocer. Pertenece ese texto al relato que Domingo Faustino Sarmiento hizo de su venida a España en 1846, donde, al narrar su viaje en diligencia desde Madrid hacia Andalucía, refiere cierta peripecia ocasionada por una alarma de bandoleros en la ruta. "¡El antiguo bandolero existe, pues!; yo lo había echado a cuento", exclama Sarmiento (y cito, actualizando la ortografía, de una edición parisiense de 1909). Los pasajeros de la diligencia están haciendo tertulia a la espera del relevo en una posada de Manzanares, y durante la velada, bajo la impresión del temor, salen en la conversación varios sucedidos cruentos. Refiere Sarmiento: "En fin, otro [estudiante] llegó de afuera, asustado, aterrado. ¿Saben ustedes lo que ha sucedido en Moral ahora poco? ¡Cosa horrible! Hay una familia compuesta de la madre y dos hijas; la una casada vive en un paraje no distante y un hermano que salió niño para América volvía con una buena fortuna en doblones. Llega a casa de la hermana casada, se hace: reconocer, y le cuenta la buena nueva, anunciándole que va a casa de su madre, de quien no se hará reconocer para darle un chasco. Al día siguiente, la hermana va a la casa paterna, y signo ninguno exterior le indica la presencia de su hermano. ¿Y el viajero?, pregunta. -¿Qué viajero?, le contestan madre e hija despavoridas. -El viajero que vino a alojarse. -No ha venido nadie, contesta la madre, pálida. -Se fue esta mañana, contesta al mismo tiempo la hija. Pero madre, era Antonio, que venía de América, rico. -¡Antonio!, ¡mi hijo!, ¡mi hermano!, exclaman mesándose los cabellos, ¡y el corazón no me

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había dicho nada!... ¡Madre y hermana lo habían asesinado en la noche para apoderarse del saco de onzas!... -La compañía que estaba en torno al brasero se quedó pasmada, y yo veía parárseles a todos de horror los cabellos, excepto a mí, que dije, con tono autoritativo: es falso, señores; eso es un cuento. Todos se volvieron hacia mí, mirándome de hito en hito, por la extrañeza de la afirmación, pues sabían que yo no conocía los lugares ni las personas. Ese cuento lo he oído en América hace 12 años; la escena tenía lugar en la campaña de Córdoba, el mozo volvía de Buenos Aires, y lo mataron como aquí madre y hermana con el ojo del hacha, de donde deduzco que ni entonces ni ahora ha ocurrido tal cosa. Son ciertos cuentos antiguos que corren entre los pueblos".

¡Ciertos cuentos antiguos que corren entre los pueblos! Estructuras dramáticas elementales, historias ejemplares tal vez relacionadas de un modo u otro con los mitos antiguos, y alojadas en la memoria colectiva para ser oralmente transmitidas, que dan pie acaso a siempre nuevas creaciones literarias... Pero todo esto debe llevarnos al tema, que desde hace mucho tiempo viene reclamando mi atención y al que he dedicado algunos estudios, de las relaciones entre experiencia práctica y creación poética.

También en conexión con las circunstancias concretas de Le malentendu publiqué en su día un pequeño escrito, que me ha parecido conveniente y oportuno renovar ahora en presencia de esta edición de las Obras de Albert Camus, cuya fugaz amistad tanto aprecia mi recuerdo.

Francisco Ayala es escritor.

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