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TOUR 96

Jan ullrich, el penúltimo retoño del 'alenmuro'

Carlos Arribas

Cuando el Muro cayó, allá por 1989, el gallardo Jan Ullrich era aún más pelirrojo y pecoso, un alto chaval de apenas 16 años, pero no un niño normal: llevaba ya años encadenado al método de producción deportivo de la Alemania Oriental en su Rostock natal. Un método mezcla de stajanovismo y darwinismo, que se puede resumir en pocas palabras: trabajo mañana y tarde -kilómetros y kilómetros de pista- y selección natural. El que no aguante que lo deje; sólo los fuertes, aunque pocos, son válidos. La base ideal para un trabajador de la carretera, que no sólo le superdota físicamente, sino que le hace sentirse un vencedor psicológicamente por haber superado todas las fases selectivas y le dota de una inigualable capacidad de sufrimiento. Cuando sus carreras no se cruzaban con la de los profesionales capitalistas, la cosa funcionaba a las mil maravillas, los triunfos llovían para los de más allá del Muro, los del alenmuro. Cuando se fusionaron los mundos, nacieron los problemas. ¿Cómo una persona así formada puede ser productiva en un sistema liberal, en el que el éxito se traduce no en medallas sino en millones?Walter Godefroot, el belga director del Telekom, dio con una solución para el retoño Ullrich. "Tómate este año en plan sabático", le dijo a comienzos del 94, cuando le ofreció su primer contrato profesional. "Tómate la vida según te viene, descubre las maravillas y los vicios de la civilización occidental, las mujeres, lo que quieras. Pero dentro de un año sólo vivirás para el ciclismo".

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Ullrich -tras la unificación y el cierre de su centro de entrenamiento, había vivido en la' misma casa de su entrenador alemán oriental, quien no quería que esa joya se echara a perder- hizo de todo y siguió pedaleando. "Godefroot me llevó a la Vuelta con una consigna: 'cuando te canses, abandona', y eso hice", cuenta Ullrich.

Ese fugaz paso por la ronda española fue el primer encuentro del precoz tallo con una gran carrera. El segundo ha sido el Tour. Su 1,83 de altura ha destacado casi tanto como su fenomenal aro en la oreja izquierda, aunque un poco menos que sus dos brazos vendados, un uniforme que no ha dejado de llevar desde que se cayó en la etapa de Sestriere. Y mucho menos que su segundo puesto en la general, sólo superado por su patrón danés Riis.

¿Será UlIrich el hombre del futuro? Ni siquiera el pelirrojo piensa en ello. "Estoy tan sorprendido de cómo va todo, que no puedo pensar en otra cosa", dice. Él, que ha calcado su preparación este año a la de Riis, llegó al Tour sólo pensando en ayudarlo, y se ha encontrado segundo, gracias a que, entre otras cosas, el propio danés trabajó para él en la etapa de Pamplona. Así que no extraña su corolario. "Estoy tan a gusto a su lado y estoy aprendiendo tanto que únicamente me doy cuenta de lo mucho que me queda por aprender. Quiero seguir a su lado", dice. No se sabe si con la boca pequeña o la buena. No se sabe si un año sabático habrá sido suficiente.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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