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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otra OTAN

EL PAULATINO deslizamiento de España hacia la plena participación en la OTAN empezó ya con el Gobierno socialista. Probablemente le toque culminarla al Gobierno popular, con un socialista español al frente de la Secretaría General de la Alianza Atlántica. Ciertamente, estos pasos requieren explicaciones claras y constantes a los ciudadanos, Pero éstos no deberían verse de nuevo obligados a suplir la falta de responsabilidad de los políticos. Es posible que el referéndum de 1986 sobre la permanencia de España en la OTAN fuera la única forma de romper el nudo gordiano del compromiso político adquirido por el PSOE sobre la cuestión. Pero hoy no tendría sentido repetirlo para ratificar una decisión que dictan la historia, los intereses españoles y la sensatez.Tampoco se trata ahora de violar ni, su espíritu ni su letra. La OTAN de hoy es muy distinta a la de entonces, como lo es una Europa en la que desaparecieron los dos bloques con el final de la guerra fría. La no integración en la estructura militar de la OTAN podía tener cierta justificación hace diez años. España hubiera encajado dificilmente en la distribución de mandos entonces existente en la OTAN. La vecina Francia tampoco participaba en la estructura militar.

Lo que se plantea ahora no es la integración en una estructura militar diseñada para la disuasión contra el enemigo soviético en tiempos de la guerra fría, sino una nueva organización en cuyos cuarteles generales se pasean militares rusos, con relaciones especiales de cooperación con sus antiguos enemigos y en proceso de diálogo con países terceros mediterráneos.

La OTAN de 1996, cuya reforma debería quedar completada a finales de este año, no existe sólo para llevar a cabo tareas defensivas residuales, sino nuevas misiones como las que hoy desarrolla en Yugoslavia, y a las que, bajo mando de la OTAN, se suman países no miembros tan dispares como Rusia o Suecia. No son misiones de defensa frente a un enemigo claro, sino de preservación e imposición de la paz fuera del área de cobertura habitual del Tratado del Atlántico Norte.

Nuevas misiones requieren nuevas estructuras. España participa plenamente en este proceso de reforma, pero más influirá cuanto más esté dispuesta a aportar a la seguridad colectiva de los aliados. Aunque la definición final de la nueva distribución geográfica y funcional de los mandos no está ultimada, la OTAN debe alcanzar una estructura más ligera, más flexible y más regionalizada. En ella debería tener perfectamente cabida España. Las condiciones genéricas del Gobierno español para la plena participación resultan razonables: una estructura diferente, un estatuto para España que responda a nuestros intereses (lo que puede suponer un mando para España y la supresión de los mandos subordinados que existían en Gibraltar) y la potenciación en el seno de la OTAN de una mayor identidad europea de defensa. Esto último se ha logrado ya, aunque la OTAN siga siendo -no puede ser de otra forma, ni debe serlo- una alianza militar, esencialmente dominada por Estados Unidos. Lo que no quiere decir que Estados Unidos deba ahogar el desarrollo de una identidad europea de defensa que también interesa a Washington.

Resultaría absurdo y contraproducente para el peso y los intereses internacionales de España que Francia normalizara su participación en la OTAN, que países como Polonia o la República Checa acabaran integrándose plenamente en esta nueva Alianza y que España quedara en una posición especial e incómoda que le restaría influencia en las decisiones colectivas y dificultaría nuestra participación en las nuevas misiones.

Ahora bien, el Gobierno debe buscar en esta materia el consenso más amplio posible entre las fuerzas políticas y en la propia sociedad, para lo cual debe facilitar el máximo de información en un debate cuyo entramado está relacionado con el del modelo militar que buscamos para España. Sin duda Izquierda Unida -cuyo crecimiento se produjo al amparo del referéndum de 1986- intentará aprovechar la ocasión para buscar una nueva plataforma política con un planteamiento contrario a la normalización española en la OTAN. Está en su derecho, pero cabría recordarle que en estos diez años el mundo ha cambiado profundamente y que no se puede responder a ese cambio con el inmovilismo.

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