Torrontegui sigue dejándose barba
Los masajistas del Mapei no se afeitarán hasta ganar una etapa o ser líderes
Alejandro, Senén y Joaquín González, Chopi. Los mecánicos masajistas españoles del Mapei van todo el Tour sin afeitarse. No lo harán hasta que uno de su equipo gane una etapa, se ponga líder o les visiten sus mujeres. Ayer en la meta, Marcelino Torrontegui, el masajista de confianza de Rominger, Olano y Etxabe, estaba eufórico antes de que terminara la etapa. "Hoy me afeito, sin duda", decía previendo no una visita familiar sino el triunfo de Ginés. "Aunque no me quiero hacer ilusiones porque después es más grande la decepción". Ginés quedó segundo, pero el sofoco que agarró Torron no le llegó por esa vía. Las carreras y los nervios vinieron por la caída de Rominger.Torron, un asturiano de 32 años, paso del todo a la nada en pocos segundos porque es una persona que vive con intensidad no su trabajo sino la amistad. "Es un exagerado", dice riendo Rominger. "Nada es normal para él, todo es muy bueno". Torron es un optimista nato que no sólo prepara los desayunos, el avituallamiento, espera a los corredores en la meta con las botellas de sales y luego da masajes de una hora a Rominger, Etxabe y Olano: Torron es el catalizador del grupo, el confidente ante quienes todos se desahogan, secreto de confesión garantizado.
Torron no es que cree buen ambiente, es que se moriría si no lo lograra. Es la esencia de su trabajo. Sólo le baja el nivel de alegría cuando piensa en la rapidez con que pasa el tiempo y en que los corredores con los que empezó la aventura del Clas hará cinco años -los Unzaga, Arsenio, Tony, Fede, Mauleón- poco a poco irán retirándose.
El santuario de la amistad es la mesa de masaje en cualquier habitación. Allí logra que sus tres potros estén todo el tiempo sin ganas de salir. Dando masajes suaves a Etxabe, trabajando con la dureza requerida el de Rominger, y más duro y largo que a ninguno a Olano, Torron sólo espera que Etxabe empiece a contar con su seria cara las historias más descabelladas, que Rominger le frene con algún chiste y que Olano se empape del ambiente para que a la hora de cenar todos los males del día, todo el cansancio, se haya olvidado. Y él, a lo, suyo, a leer los músculos. "No me pueden engañar", dice, "nada más tocarles las piernas sé cómo han ido".
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