Orgullo y pasión
El agua de Carabaña, medicinal y sulfurosa, ganó justa fama como laxante y purgante de probada eficacia, atrayendo sobre sí el odio eterno de millares de niños, un odio sólo equiparable con el que provocaba el infame aceite de ricino, o el reconstituyente y hediondo aceite de hígado de bacalao. El agua de Carabaña, milagrosa y amarga, fiel a su ingrato sabor original, sigue hoy regulando el tracto intestinal de sus agradecidos usuarios, que . le perdonan los malos tragos. Las sales minerales que surgen por evaporación de estas, aguas sirven también para la elaboración de un jabón "insustituible", reza su propaganda,. en la eliminación de "manchas, espinillas, barros, acné, etcétera".Carabaña, con una población que ronda los mil habitantes, está ubicada en la fértil vega del Tajuña, retrepada en los desniveles que forma el tajo del río.
Por un lado, las huertas de la ribera, salpicada de chopos y pequeños sotos; por otro, el monte hostil, de yesos y calizas estériles, horadado de cuevas que. un día sirvieron como viviendas y bodegas. Carabaña está orgullosa de su pinar, trabajosamente crecido sobre las yerms laderas y colonizado estos días por los chavales del pueblo en una acampada que organiza todos los años la activa y nutrida asociación de jóvenes locales. En Carabaña hay también una asociación de mujeres y una agrupación deportiva, aunque de lo que más orgullosos se sienten los nativos es de su Pasión escenificada cada Viernes Santo desde hace 10 años, una iniciativa en la que se vuelcan todos incluso los que nunca frecuentan la iglesia. Moisés, por ejemplo, que sale de centurión, látigo en mano, todos los años, dice que no cree mucho en estas cosas, lo que no es óbice para que dedique sus energías y su tiempo libre a lo largo de los meses a organizar la representación popular, lo que implica frecuentes reuniones y sesiones de trabajo con el párroco, que además es su vecino, porque Moisés tiene un bar en la plaza de la iglesia, en templo macizo y armonioso del siglo XVI, sencillo y rústico, con su tejado a dos aguas y una hornacina de la Virgen patrona, vestida con sus mejores galas presidiendo y alegrando la severa fachada.Lucía y Moisés atienden su pequeño establecimiento familiar con los modos más hospitalarios. Detrás del mostrador no faltan las botellas de agua de Carabaña ni las cajas de jabón de sales, "pure mineral soap", como rezan las etiquetas bilingües que garantizan su efectividad contra "pimples, blackheads y blotches". En el capítulo vinícola destacan algunos buenos. vinos de la comarca; en Carabaña siempre se hizo vino, como recuerdan numerosas bodegas, pero ya no se hace lo que se sigue haciendo es aceite que proporcionan con sus aceitunas los olivos diseminados en los alrededores del pueblo. La joya gastronómica del bar es el queso, que procede de un secadero de quesos y jamones del que se ocupa Moisés. Con queso, vino y aceitunas, el tabernero vuelve al tema de la Pasión: "Lo más difícil fue hacer los uniformes de los romanos, porque alquilarlos salía muy Caro", dice Moisés, y muestra una colección de fotografías de la Pasión señalando los pasos que hay quedar para convertir un moderno casco de obrero en un refulgente yelmo de las legiones romanas. En las.fotografías, Moisés, rubio y fornido centurión, se reparte con un compañero el trabajo de flagelar con verismo las espaldas del protagonista de la función. Algo debe doler, porque Moisés es partidario del realismo, aun que luego, en los días posteriores a la ceremonia, los niños del pueblo, incluidos sus sobrinos, no quieran ni verle y se echan a llorar . cuando se aproxima. En la última función, el Cristo sufrió más de la cuenta porque el látigo se quedó enganchado en la coro na de espinas. El concienzudo centurión piensa que, en una de esas, el Cristo se va a revolver y a decirles cuatro cosas muy poco evangélicas a los sayones. Moisés cuenta que uno de los dos fustigadores romanos suele embadurnar las cuerdas de su azote con pintura roja y fresca, para marcar fingidos surcos en la espalda de la víctima. Un año, el del látigo pintado no pudo presentarse y Moisés tuvo que forzar la mano.Minutos después, nuestro anfitrión nos presenta a otro de los protagonistas del evento, se trata de Judas Iscariote, incorporado por un joven concejal socialista en la oposición que e además directivo de la asociación de jóvenes. Ninguno de los dos quiere hablar de política. Pese a las diferencias ideológicas, estos vecinos de Carabaña se molestaron por la importancia que le dieron. los periódicos, en particular éste, al asunto del desvío de las aguas del Tajuña a su paso por el molino propiedad del hoy vicepresidente Rodrigo Rato. El agua, dicen, siempre pasó por allí para volver luego al río, es lo que se llama un "ladrón".
Los niños de la. acampada van a comprar helados y refrescos al bar del campo de tiro, junto al pinar. Un campo de tiro al plato, porque ya casi nadie tira al pichón, nos cuenta su, encargado, satisfecho con una próxima ampliación que multiplicará sus pistas. Estas modestas y económicas instalaciones aparecen en una guía de la Comunidad de Madrid como "campo de tiro olímpico" (con energía solar). De lo que no ha bla la guía es de las comidas campestres a base de sardinas, chuletas y ensaladas, que allí se consumen a precio moderado, sin protocolo, con cálido y sencillo trato.
Si no fuera por la falta de empleo, los jóvenes de Carabaña no saldrían mucho de su pueblo. Hace poco cerró la única industria local y se perdieron cien puestos de trabajo. Ahora son muchos los que tienen que desplazarse a la zona de Arganda o a la capital todos los, días. "En invierno", dice uno de ellos, "sales de noche y vuelves de noche, casi no vives el pueblo". Carabaña conserva sus huertas, pero vive sobre todo del turismo y los servicios. Además de su notable iglesia y de una fuente neoclásica con la rúbrica de Carlos IV, hay algunos nobles y arrumbados caserones, como ese palacete de balcones enlutados por una red protectora bajo la que asoman iriquietantes gárgolas, pequeños y enfurruñados diablillos acurrucados en la fachada decadente.
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