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Las empresas francesas pierden cada año 2,5 billones en ventas por las copias

"Sólo imitan a los mejores". Eso es lo que se dicen, a manera de triste consuelo, los empresarios franceses cada vez que la policía intercepta una partida de champán elaborado en la India, unos Lacoste filipinos, un perfume Dior de Taiwan, recambios Peugeot italianos, bolsos Louís Vuitton procedentes de Malasia, relojes Cartier rusos o trajes sastre Chanel de Hong-Kong.La mano de obra barata, la publicidad gratuita y el servirse de una marca sin tener que pagar royalties son las razones por las que distintos países invierten en el sector de lo falso. Se calcula que entre un 5% y un 6% del comercio mundial lo mueven esos falsificadores. A los franceses eso les cuesta 100.000 millones de francos cada año (2,5 billones de pesetas) en ventas y perder unos 30.000 empleos. La plaga afecta a 1.800 sociedades galas. De cada 10 marcas falsificadas, siete son francesas y no hay casi ningún país que sea ajeno a la tentación de ponerle la etiqueta de Made in France a lo que ha sido fabricado, clandestinamente o no, en su territorio. Los nuevos dragones, los países del sudeste asiático, son verdaderos reyes en la materia pero griegos, turcos, italianos, españoles, mexicanos, marroquíes, estadounidenses británicos, brasileños, canadienses, e incluso suizos, alemanes o los propios franceses participan de un sector en plena expansión.

La policía y la ley son impotentes para frenar un comercio que se hace de espaldas a los derechos de autor o de propiedad. Las diferencias entre países permiten situaciones increíbles, como la de un costureró francés que en Taiwan ha sido acusado de falsificación por su delegado en el país, capaz de registrar la marca a su nombre y de producir en serie modelos pensados para unos pocos afortunados.

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