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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Extremista Le Pen

"EXTREMA DERECHA". El calificativo gustaba antes al Frente Nacional francés que lidera Jean Marie Le Pen. Pero desde hace unos meses este partido ha librado una batalla judicial -cuyos primeros asaltos ha ganado- para intentar lavar de extremismos su buen nombre. Por haber calificado de "extremista" y de "racista" al Frente Nacional, diarios como Le Monde o Libération se han visto obligados a publicar un texto de Le Pen que más que una réplica es un panfleto propagandístico.¿Puede un partido o una personalidad política imponer la descripción de sí mismo que quiera en el debate público? Razonablemente, no. De hecho, los diputados -protegidos por la inmunidad parlamentaria- pueden, si así les parece, calificar al Frente Nacional de extremista. Pero, de prosperar la tesis judicial francesa -las sentencias han sido recurridas ante instancias superiores- los medios de comunicación se verán limitados en Francia en sus análisis y calificaciones por la propia legislación que contempla el derecho de respuesta para restablecer la verdad. Que se confunda verdad y propaganda resulta peligroso para la buena salud republicana y democrática francesa, y una afrenta a la libertad de expresión.

El conflicto tiene su origen en una crónica publicada por Le Monde en abril, en la que relataba cómo, tras una manifestación del Frente Nacional en París, un joven marroquí había fallecido tras ser empujado al Sena. Esto dio pie a Le Pen a plantear por la vía judicial unas amenazas que ya había hecho llegar a las redacciones. Le Pen y los dirigentes del Frente Nacional llevan algunos meses intentado dignificar su partido en la perspectiva de las elecciones legislativas previstas para 1998, para las que los sondeos llegan a augurales hasta un 20% de los votos.

Las encuestas reflejan que el electorado de Le Pen se autoubica no sólo en la extrema derecha, sino también en la derecha, el centro, la izquierda e incluso en la extrema izquierda. Le Pen tiene que contentar a un electorado unido en la xenofobia, pero crecientemente variado. De ahí que el Frente Nacional haya ido modificando su semántica, para utilizar expresiones como "umbral de tolerancia" o "preferencia nacional", cuando algunos de sus dirigentes se declaraban en 1981 como "la derecha de la extrema derecha" y en 1995 consideraban inevitable este último calificativo.

Pese a que las soflamas del Frente Nacional afirman que "el islam es un enemigo natural de Europa" y que "vamos derechos hacia una guerra étnica y total" este partido quiere presentarse como una fuerza republicana que respeta la legalidad y se enmarca en los límites de la república. Por eso combate la denominación de "extremismo". En todo caso, estamos ante una extrema derecha que intenta utilizar los resortes del Estado de derecho en su propio beneficio, desde luego, extremista en sus planteamientos y en su intolerancia hacia la crítica.

Una parte de la clase política -principalmente al centro y a la izquierda- se ha reagrupado para seguir llamando al Frente Nacional extrema derecha y no derecha nacional, como pretende Le Pen. Centristas como François Leotard o Raymond Barre han criticado sin paliativos a Le Pen, mientras se echa de menos un pronunciamiento en este sentido por parte del primer ministro, Alain Juppé, o del presidente, Jacques Chirac.

El crecimiento de una extrema derecha que se aprovecha de las reglas democráticas no es exclusivo de la Francia actual. Ocurre también en Austria o en Alemania y no es una música ajena a España. Los sentimientos xenófobos y racistas están también presentes en nuestra sociedad. Que estas tendencias no se hayan plasmado aún en movimientos políticos de importancia no quiere decir que siempre será así. Por eso, el extremismo de Le Pen nos atañe también a nosotros.

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