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Tribuna
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El feísmo como argumento

Santiago Segurola

El fútbol de la selección española obliga a preguntarse para qué sirve jugar así. Para ganar, dirán algunos. Pero tampoco se gana. Para combatir. Eso sí. Para aburrirnos. Desde luego. Para irritarnos. También. ¿Y si España gana, de una vez y se clasifica y vuelve a clasificarse y llega a Wembley y Zubizarreta levanta la Copa? Sería un gran festejo, se escucharían las bocinas en la calle, la gente se llenaría de orgullo nacional y el dato quedaría apuntado en los libros. Pero la conclusión sería la misma: así no se juega, así no se representa la cultura futbolística española. Así no merece la pena.Los dos partidos de España han sido más decepcionantes por el juego que por cualquier otra cosa. No es cierto que lo único que cuenta es el resultado. La gente quiere identificarse con todo aquello que no le proporciona la selección: la destreza, la imaginación, la prevalencia de los buenos jugadores sobre los futbolistas troquelados para chocar, sudar, sufrir y correr. Desgraciadamente España ha apostado por el feísmo como argumento. En plena fiebre futbolística, con una generación magnífica de jugadores, con el recuerdo que han dejado y dejan cada semana Koeman, Laudrup, Romario, Mijatovic o Suker, es una provocación reducir el fútbol a una patada del defensa central hacia el área contraria, a la espera de un rechace, de un balón dividido, de una equivocación del adversario. Eso es jibarizar el juego, cicatearlo, despojarle de cualquier rasgo de de distinción y negar que el fútbol es como la vida: la belleza sirve para hacerla mejor.

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Hace seis años, Argentina fue finalista en Italia 90 después de empatar con todo el mundo y sobrevivir en las tandas de penalti. Salió segunda del Mundial, pero sólo se recuerda su racanería, su juego desagradable, la vulgaridad de una propuesta extraordinariamente dañina para el fútbol. En nombre del resultado, valía todo. Incluso los argentinos dieron la espalda a aquel equipo que les traicionaba, que les negaba la alegría y que cortaba con el hilo de la historia, con Moreno, Di Stéfano, Pedernera, Sivori, Grillo, Onega, Kempes y el mismo Maradona, condenado a sobrevivir en medio de un fútbol miserable.

La selección española no puede caer en el mismo pecado. No puede vivir a espaldas de la verdadera realidad de nuestro fútbol, representado por otro estilo, por otra cultura, por una manera más abierta y generosa de interpretar el juego. Pero la esperanza es mínima: Clemente ha decidido ser más inglés que los ingleses, más intransigente que nunca, tan reduccionista que su discurso termina por limitarse a eso de jugar "a toda pastilla y a toda castaña", como dijo en la víspera del encuentro con Francia. Eso sólo conduce al hermetismo, al juego imposible, contra natura de muchos jugadores que se sienten desorientados en medio de tanto jomeinismo.

Ahora que España se encuentra en un cruce de caminos que le puede llevar a los cuartos de final o a la eliminación, es mejor no atender al resultado con Rumania. El debate tiene que virar hacia otro lado: ¿por qué la selección ha degradado su fútbol hasta hacerlo insoportable?

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