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Reportaje:

México, ¿Distrito Criminal?

El incremento de la delincuencia y la corrupción policial desbordan a las autoridades de la metrópoli

Phillipe y sus dos amigas dudaron unos instantes a la salida del cine: la casa, en una céntrica zona de la Ciudad de México, no quedaba lejos. Podían ir andando, pero, con eso de los asaltos, era más seguro ir en taxi. Pararon al primero que pasó, un tradicional escarabajo de color amarillo. No habían acabado de explicarle la dirección cuando dos tipos se subieron a bordo. Sacaron sus navajas. Apachurrados, dieron vueltas durante media hora. En ese rato el canadiense, catedrático de Ciencias Políticas, recordó que un coche se había detenido justo detrás del taxi cuando se subieron. Y empezó a intuir que el chófer no era ajeno a la pesadilla que estaban viviendo. Los desplumaron, pero no sufrieron un rasguño.Tuvieron suerte. Otros asaltos de este tipo han terminado en navajazos e incluso violaciones.

Al menos 1.500 taxis fueron robados el pasado año en el Distrito Federal. Sus nuevos dueños circulan por las calles y aprovechan para asaltar pasajeros o comercios antes de abandonar el vehículo o desguazarlo. Pero también, reconocen los propios taxistas, hay delincuentes metidos a chóferes eventuales.

Es una faceta más del negro muestrario de la delincuencia que se abate en el último año y medio sobre esta metrópoli de casi 16 millones de habitantes. Cada día deja tras de sí cuatro asesinatos, diez violaciones, 166 vehículos robados. Y éstos, son los hechos denunciados. De los asaltos ya se ha perdido la cuenta, aunque se calcula que se han incrementado en un 30% respecto a 1995. Una cuarta parte de los comercios capitalinos y 36 sucursales bancarias han sido atracados en lo que va de año. En conjunto, las autoridades hablan de 24 delitos por hora.

Cifras huecas que traducen, sin embargo, una realidad en la que ya los límites parecen haber saltado en pedazos.

Nadie está a salvo en el Distrito Federal. Sus habitantes no daban crédito cuando el año pasado dos hombres armados intentaron secuestrar el vehículo en el que viajaba el hijo del mismísimo presidente de la República, Ernesto Zedillo. Los guardaespaldas lo impidieron y detuvieron a los sujetos: eran dos agentes policiales.

El argumento más socorrido para explicar el crecimiento delirante de la delincuencia es la crisis económica, que reventó en diciembre de 1994 con la devaluación del peso, el aumento de los precios y del paro y el derrumbe. del poder adquisitivo.

Sin embargo, la pobreza no es de ahora, y no lo explica todo. No explica, por ejemplo, el grado de violencia que se emplea en los delitos. No explica que los cotidianos atracos a las peseras (los autobuses colectivos) terminen de vez en cuando con algún pasajero muerto de un balazo en la cabeza. No explica las agresiones en el 80% de los robos de automóviles. No explica que Paulina Rayek, una joven de 17 años del acuadalado barrio de Polanco, fuera secuestrada al bajar del autobús escolar, en pleno día, por cuatro individuos aburridos que la mataron a puñaladas en un conocido parque porque se resistió a ser violada.

"Yo separaría la violencia y la delincuencia. La delincuencia tiene un origen ligado a la crisis económica, aunque la hay de diferentes tipos: la delincuencia de baja intensidad -los rateros o los asaltos- y la delincuencia organizada, de grupos que surgen si no de la policía, sí al menos de un entorno muy próximo a las policías del país. Llegan a un grado de especialización impresionante: robo de autos, secuestros, asaltos bancario?, explica el sociólogo Héctor Castillo, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). "La violencia, la saña, tiene que ver con pautas muy internas del mexicano, de nuestra sociedad. Estamos llegando al límite social de nuestros valores. Estamos al final de algo, pero no sabemos de qué. Las palabras que más oyes son crisis, ruptura, decadencia... Y esta violencia tiene que ver con esa pérdida de valores".

La corrupción, alentada por la impunidad que brindaba hasta ahora el régimen incombustible del Partido Revolucionario Institucional, en el poder desde hace 67 años ha sido el caldo de cultivo de la delincuencia. El sistema ha empezado a agrietarse, pero las intenciones regenerativas manifestadas por el Gobierno chocan con la inercia de unas instituciones viciadas. La sensación de desprotección empieza a hacer mella en los ciudadanos.

"El 60% de los delitos en el Distrito Federal tienen la participación de policías o ex policías", asegura el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, vinculado a los jesuitas. Secuestros, extorsiones y asaltos bancarios son el principal eje de acción.

Limpiar la casa fue uno de los cometidos de los nuevos responsables de los dos cuerpos policiales de la capital, que entraron con el cambio de Gobierno, en diciembre de 1994. Un militar, el general Luis Roberto Gutiérrez Flores, se hizo cargo de la Policía Judicial, que depende de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. En estos 18 meses ya se ha destituido a la cuarta parte de los 3.800 agentes del cuerpo, encargados de perseguir el delito".

"La corrupción policial es endémica, es parte de la idiosincrasia y de las formas de organización institucional", señala Castillo. "No veo la solución. Los quitas de un lado y se pasan al otro: tienen información, saben cómo permear a los que se quedan o hacerles la vida imposible. La recomposición de todo esto es muy difícil. Las instituciones no responden a las demandas sociales. Hoy convergen un fenómeno de autoritarismo decadente y al mismo tiempo otro de ingobernabilidad".

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