La lección israelí
La victoria del candidato del Likud, Benjamín Netanyahu, es algo más que un acontecimiento electoral en Israel. Es un hecho de importancia mundial. Pasada la página del apretón de manos en Washington entre el difunto Rabin y Yasir Arafat, de lo que se trata, ante todo, es de la puntualización que la mitad del pueblo israelí ha hecho al resto del mundo. Mientras las últimas elecciones en Palestina mostraron que, a pesar de la lentitud y las dificultades de las negociaciones con Israel, la inmensa mayoría de los palestinos permanecía afecta al proceso de paz, la victoria del candidato del Likud, el fuerte avance de la extrema derecha religiosa israelí, marcan claramente un retroceso de los partidarios de la paz. De hecho, se trata de una triple derrota y de una lección de realpolitik.La primera derrota es personal: la derrota de Simón Peres. Hombre abierto, visionario, favorable a la paz, Simón Peres no ha sabido llevar a los laboristas a la victoria en un contexto que, sin embargo, no le era totalmente desfavorable. ¿Acaso la salvaje intervención que ordenó llevar a cabo en Líbano tras los bárbaros atentados contra la población civil israelí y la matanza de centenares de civiles palestinos en Cana no han tenido como resultado final lo contrario de lo que se pretendía (dar del hombre de paz la imagen de un general despiadado)? ¿Acaso no han radicalizado todavía más a la opinión pública israelí y abonado el terreno para los argumentos a favor de la seguridad? En realidad, es como si Peres, al verse obligado a reaccionar, hubiera caído en la trampa que le tendieron los adversarios de la paz de uno y otro bando.
La segunda derrota es la de Arafat. En efecto, al presidente palestino le va a ser muy difícil lograr no sólo la aplicación seria de los acuerdos israelo-palestinos, frente a los cuales el mismo Peres marchaba con pies de plomo, sino también avanzar hacia la ampliación de dichos acuerdos. Hasta ahora, el comportamiento de Arafat frente a los que se oponen al proceso (le paz ha sido el de vender la piel del oso antes de cazarlo. Ser presidente de un Estado virtual, era posible; pero arriesgarse, a ser el "responsable" de una subautonomía palestina paralizada es otra cuestión. Y todo hace pensar que el Likud va a intentar frenar las negociaciones, dejar que la situación se pudra, y despreciar a unos palestinos más debilitados que nunca.
Arafat tiene necesidad de la aplicación rápida de esos acuerdos; Netanyahu necesita congelarlos antes de proponer, con toda seguridad, su renegociación; Arafat tiene necesidad de una apertura, Netanyahu ha sido elegido para la clausura.
La tercera derrota es la de los padrinos internacionales de ese proceso de paz: Estados Unidos y Europa. No han hecho lo que había que hacer para convertir en irreversible un proceso que, con la simple lectura de los textos que lo oficializaban, estaba claro que era sumamente frágil. Las dilaciones frente a la rigidez israelí en la negociación, el escaso apoyo a los desorientados palestinos, la falta de concreción de la ayuda prometida han debilitado sin duda la fiabilidad del proceso de paz. Las élites mundiales, en lugar de vivir el asesinato de Rabin como una necesidad imperiosa de acelerar la paz, lo interpretaron como un sacrificio propiciatorio, a imagen del de Sadat, haciendo inevitable la sacralización de la paz.
Lejos de esta mística, la prosa de la realidad acaba de suministrarnos la prueba contraria. Sin duda se dirá que no puede reducirse esta votación al problema de la paz con los palestinos; que la política social de los laboristas no satisface a todo el mundo; que, en sentido inverso, la escasa e inestable mayoría del Likud no va a permitirle bloquear la paz. ¿Acaso no hay un 50% de la población israelí a, favor de la paz? Es cierto. Y es justo. Solamente que a partir de ahora quien preside los destinos de Israel es el 50% que está en contra de la paz.
De ahí una cruel lección de realpolitik para todos. En efecto, ningún Gobierno de Israel (como tampoco de Palestina o del mundo árabe) logrará una auténtica y sólida mayoría para negociar la paz en un conflicto de inmensa complejidad. La paz sólo puede ser fruto de un golpe de fuerza, simbólico e histórico, de las élites políticas. Unas élites que, aunque desprestigiadas con regularidad, son, sin embargo, más necesarias que nunca en Oriente Próximo. Sólo ellas pueden imponer una solución que la mayoría de la población de los dos bandos considerará siempre imperfecta. Pues la cuestión esencial en los dos bandos es la del temor al adversario.
La obsesión israelí por la seguridad tiene su paralelo en la obsesión del pueblo palestino por su aniquilación por parte de los israelíes; el resultado de ello ha sido el reforzamiento del poder, por un lado, y el de la resistencia, por otro. La paz que se vislubraba entre los palestinos y los israelíes no tenía como objetivo borrar esta obsesión, sino reorientarla: se trataba de demostrar que sólo la paz podía garantizar la seguridad del Estado israelí, mediante el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino. Era una revolución de las mentalidades. Es cierto que la paz será siempre imperfecta en Oriente Próximo, y que durante mucho tiempo será minoritaria. Hay que saberlo y sacar todas las conclusiones. Tras la victoria de la derecha israelí, aliada de la extrema derecha religiosa, se corre el riesgo de desestabilizar durante mucho tiempo esta región; de asfixiar a Arafat y a la OLP, que son la única garantía actual, por parte palestina, de continuidad del proceso; de bloquear la negociación con Siria, y, sobre todo, de privilegiar, paradójicamente, a los integristas y a los enemigos de la paz como auténticos protagonistas del conflicto ¿No es lo que ya hizo el Likud, en la época de Begin, premio Nobel de la Paz y, sin embargo, responsable en parte del aumento de Hamás en los territorios ocupados?
La victoria del Likud constituye, pues, un inmeso peligro para la región. La comunidad internacional, si esa palabra tiene todavía sentido en un mundo unilateralmente dominado por Estados Unidos y Europa, debe mostrar una firmeza extrema frente a ese nuevo peligro. Esta vez debe ayudar realmente a los partidarios de la paz en Israel y dar su apoyo más que nunca a quien, en el futuro, tendrá una mayor y más dramática necesidad de él: el pueblo palestino.
Sami Naïr es profesor de Ciencia Política en la Universidad de París VIII.
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