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Los conflictos internos socavan el poder del Manuel Fraga en el PP gallego

Xosé Hermida

El león de Vilalba aún conserva energía para seguir en la brecha unos cuantos años, pero sus rugidos asustan cada vez menos a sus subordinados. Los conflictos, internos del PP gallego se han sucedido en las últimas semanas sin que Manuel Fraga haya logrado imponer su autoridad. El presidente de la Xunta ha sufrido incluso la rebelión de un hombre de total confianza, como el ministro de Sanidad, José Manuel Romay. Los seguidores de éste se han hecho fuertes en la organización provincial de La Coruña mientras muestran su inquietud por la creciente acumulación de poder del secretario regional, Xosé Cuiña, quien también despierta recelos en el círculo más próximo a José María Aznar.

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Los populares gallegos viven días propicios para la taquicardia. Fraga se ha enfrascado en una singular remodelación de su Gobierno, que se inició hace ya tres semanas y que parece no tener fin. Se han ido tres consejeros -uno cada siete días- captados para puestos en la Administración central, pero en el partido existe el convencimiento de que los relevos van a continuar. En vez de plantear de una sola vez una remodelación general, Fraga ha optado por ir cubriendo las vacantes según se producen, lo que no ha contribuido a despejar el panorama. Los miembros del Gobierno autónomo no pueden ocultar su nerviosismo en medio del hervidero de rumores y en algunos departamentos se confiesa que la actividad está semiparalizada por la incertidumbre ante el futuro.Fraga ha tenido que digerir además el mal trago de verse desafiado por su fiel Romay y por un buen número de alcaldes de la provincia de La Coruña. Según la versión de fuentes próximas al ministro de Sanidad, Fraga le había pedido que abandonase la presidencia provincial del PP coruñés debido a su nueva dedicación en Madrid. Romay aceptó en un primer momento una fórmula de delegación de funciones, pero sus seguidores le advirtieron ante una hipotética maniobra de Cuiña para controlar la única provincia que le es abiertamente hostil. Tras una apabullante recolección de adhesiones entre alcaldes y otros cargos públicos, Romay se presentó en La Coruña para anunciar que no renuncia a su feudo y que optará a la reelección en el próximo Congreso provincial.

"Hay una batalla sorda y la situación puede ser explosiva", es el duro diagnóstico que firma desde el anonimato un miembro de la ejecutiva regional del partido. En el fondo, late la vieja disputa que mantienen Cuiña y Romay por ganarse los favores de Fraga, a quien cada vez le cuesta más trabajo controlar las riendas, según la impresión que se ha extendido en la cúpula de los populares gallegos. El reciente anuncio del presidente de que optará el próximo año a un tercer mandato en poco ha contribuido a aliviar las tensiones. Es más, vuelven a dispararse los comentarios sobre la posible designación de un sucesor, ante las parcelas de poder que ha conquistado Cuiña en los últimos días gracias a los cambios en la Xunta.

El secretario regional del PP y consejero de Política Territorial, algo tocado desde que el año pasado se airearon los negocios de su madre con subcontratas del Gobierno autónomo, vuelve a aparecer como una figura en alza. En apenas una semana, ha colocado a hombres de su confianza en la Delegación del Gobierno, la consejería de Interior y la secretaría de Organización del partido. Aunque los designios de Fraga son siempre insondables, entre los dirigentes populares se ha extendido la creencia de que Cuiña podría ser nombrado más pronto o más tarde vicepresidente de la Xunta.

La figura de Cuiña, que se define galleguista y propugna la autonomía de la organizacion regional, no despierta entusiasmos entre los hombres de Aznar, pero la influencia de éstos en los asuntos internos del PP gallego es escasa. De hecho, la renovación del partido se ha culminado en casi toda España, menos en Galicia, donde siguen mandando los mismos de hace una década, como comentan con desazón los escasos dirigentes gallegos que desearían que el relevo generacional alcanzase también a la tierra del patrón.

Cuiña, en todo caso, es joven (46 años) y vuelve a sentirse fuerte. El pasado martes no dudó en acompañar a su sombra, Juan Miguel Diz Guedes, cuando éste fue a visitar por primera vez su nuevo despacho de delegado del Gobierno en Galicia. Cuiña se permitió una broma ante los periodistas: "Vamos a comer tortilla de Betanzos, que es más fácilmente digerible". La frase no tendría mayor relevancia si no fuese porque Betanzos es el pueblo natal del ministro de Sanidad.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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