La monserga del desamor
El grupo Camela arrasa en Getafe con sus temas de pasiones tremebundas
Tienen un club de fans tan numeroso como el de los mismísimos Pecos en sus años más lúbricos, y venden más discos que Michael Jackson, según su editora. De su primer álbum, que llevaba el nada sesudo título de Lágrimas de amor, se imprimieron cerca de un millón de musicasettes distribuidos por los mercadillos -barato, barato- patrios; el segundo, Sueños inalcanzables, otra colección de poética de seborrea y mondadientes, lleva idénticas trazas. Se llaman Camela y, quien avisa no es traidor, amenazan con sonar este verano lo que no está en los escritos: ya tienen contratadas 80 galas, una cifra a la que sólo Alejandro Sanz y Ketama pueden soñar con aproximarse. La noche del viernes, por lo pronto, abrieron las fiestas patronales de Getafe (144.600 habitantes) ante 4.000 seguidores enfervorizados, arrebatados, enardecidos. No en vano nacieron cerca de allí.Lo que sucede con Dioni Martín, de 25 años, Miguel Angel Cabrera (24) y Ángeles Muñoz (21), los tres integrantes de la banda, debería ser objeto de análisis por parte de Amando de Miguel o, aún mejor, de Jiménez del Oso en su calidad de voz autorizada en fenómenos paranormales.
Las luces se apagan en el estadio y arrecia un griterío rayano con la histeria. Para cuando comienza la primera pieza ("y no me hace caso, y yo me muero por su amor...") la concurrencia entera ha entrado en éxtasis. "Ya nos dicen que somos como los Beatles en nimiatura", confiesa Cabrero. Para un oído virgen es difícil distinguir las canciones de Camela -un híbrido Chichos-Azúcar Moreno-Pimpinela, o algo así-, porque se parecen entre sí como dos gotas de tintorro. Pero el respetable, por uno de esos raros prodigios de la nemotecnia, se las sabe todas. La clave del éxito debe residir, pues, en las letras. Y eso es posible, porque son un derroche de truculencia.
Los acontecimientos discurren, más o menos, de la siguiente manera: la chica le da la tabarra reiteradamente al chico, pero éste ya ha encontrado a otra y le dice que lo olvide; la chica persevera con escaso éxito y el chico, que en realidad es un crápula integral, incluso se permite "pasar por mi lado para hacerme sufrir"; la chica, todo tribulaciones, sufre, llora, se tira de los pelos y le da hasta por la metafísica: "al Señor siempre le digo / si no puedo estar con él / llévame contigo". Para entonces el auditorio ya está levitando.
"Son historias reales como la vida misma", resume Pilar, de 18 años, que asiste al concierto embobada, canta las canciones al oído de su novio y le achucha fuerte en esos críticos momentos en los que se masca la tragedia. Además de amantes pipiolos también se ve mucho grupito de amigas que, maquilladas de ocasión, corean las estrofas agarradas del hombro, a modo de conjura contra la masculina perfidia. Tal parece el caso de Elena, Marisa y Eva, una peluquera y dos pasteleras de 18 a 20 años, que se confiesan "emocionadas" con el directo "porque las cintas ya las tenemos todas". Las indagaciones del periodista no pueden llegar mucho más lejos. "Acaba rápido, que no nos podemos perder el principio de la canción", le espetan, y al punto se arrancan con "hace mucho tiempo que se han dejado / pero ella quiere volver con él ...".
Después de tanta emoción desbordada llega el momento de la caza y captura de los autógrafós y la visita al apabullante puesto de mercadería (chándals a 4.000, pañuelos a 500, bermudas, llaveros, bolis, gorritos). Desde, que Laura Pausini entonara aquel memorable "Se fue, se fue / el perfume de sus cabellos / se fue su sonrisa de fábula" la adolescencia no era tan consciente de lo dura que es la vida. Pero así son las cosas del querer, o, en este caso, la monserga del desamor.
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