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FÚTBOL 41ª JORNADA DE LIGA

El Rayo se salva del descenso directo

El árbitro animó en Vallecas el partido más estrambótico de la temporada

Carlos Arribas

El Rayo logró la salvación del descenso directo en el partido más estrambótico de la temporada. Nada tenía el Rayo donde aferrarse. Nada ofrecía el Zaragoza. En realidad, el partido marchaba obtuso, entre imprecaciones e imprecisiones, en un césped azotado por el viento. Nadie sabía por dónde cogerlo. Ni jugadores, que golpeaban sin ton a la pelota, ni entrenadores que hacían de almirantes de escuadra en la banda: órdenes de disposición en la batalla para todo jugador que se moviera. Todos contribuían al nihilismo futbolístico en el partido en el que el Rayo se jugaba la permanencia en Primera División. Pero ese estado sólo duró 37 minutos, los que tardó él árbitro en darse cuenta de que sólo él tenía la solución para la insulsez.Como Vallecas es un terreno de juego pequeño para 22 jugadores, en un alarde de actividad e imaginación, el árbitro. mostró cómo la solución llegaba por medio de medidas enérgicas, flexibilización en el empleo y supresión de cargos superfluos. En siete minutos el emprendedor Prados señaló un penalti y expulsó a cuatro jugadores, dos por bando. Y eso que el partido transcurría por la línea de la normalidad y no se apreció ninguna circunstancia excepcional que justificara tamaño desperdicio. A Cuartero le echó por protestar, a Aragón, por lo mismo; a Cortijo, por una dura entrada por detrás, y, a Palacios, por ambas circunstancias. El árbitro convirtió el denso césped de Vallecas en un solar de espacios. Llegado ahí, Prados se paró. Más no podía hacer. Si aquello no funcionaba, la solución la debían aportar otros.

¡Y aquello funcionó! ¡Vaya si funcionó! Toribio Aquino puede dar fe jugando con nueve y contra nueve, la conservadora táctica de Zambrano -cinco defensas atrás y pocas alegrías delante- cobró razón de ser. La construcción del contraataque, imposible en los remotos tiempos del once contra once y la superpoblación vallecana, se convirtió en un juego de niños. Más que nada, porque donde antes había un bosque de defensas y centrocampistas ante los cuales poco podían hacer los jugadores madrileños que lucían más arrojo que técnica, ahora sólo lucía el césped, mondo y lirondo.

Todo benefició a Aquino, el rey del remate y la potencia, el de la zurda venenosa. En un contraataque que él mismo había diseñado, el argentino dio un ejemplo magistral de la técnica de la volea. En otro contragolpe, éste cerrado en falta, enseñó cómo colocarla en la escuadra contraria con precisión. y potencia.

A partir de ahí, el partido degeneró en un correcalles. El Rayo sintió que había cumplido su objetivo. El juego de conjunto desapareció, y en emulación al cañonero argentino, cualquier jugador se creía capaz de dejar una marca de grandeza en Vallecas.

Por ahí, estuvieron a punto de írsele el partido y la salvación al Rayo. El Zaragoza, al que nada le iba ni le venía, no se dejó sin embargo contagiar por el estilo fútbol-sala que definitivamente había adoptado el encuentro. Con el método simple pero eficaz de tomar asiento en el campo vallecano remontó el 3-0 en un santiamén. La incertidumbre duró hasta que el árbitro y Guilherme decidieron de nuevo ser decisivos. Penalti, gol, victoria y adiós al descenso directo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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